La idea de morir para renacer empezó como una broma siniestra entre trapos y vapor, y terminó convenciendo hasta mis propios huesos. La Gata me miró con esos ojos que ya no tienen piedad ni sorpresa y soltó la frase como quien anuncia la hora: "Si quieres salir, tienes que morir en la escena". No en realidad, me corrigió luego, sino ante los ojos de todos: médicos, cámaras, guardias y prensa si hace falta. Una muerte que cerrara cualquier investigación. Un cadáver oficial que impidiera preguntas posteriores.
—¿Estás segura de lo que estás diciendo, Gata? —pregunté mientras extendía una sábana húmeda sobre la mesa de planchar.
—Más segura que de mi nombre, doctora —respondió ella con voz baja, sin levantar la vista—. Si quieres salir de aquí, tienes que morir.
—¿Morir? —me reí nerviosa—. ¿Qué demonios dices?
—No morir de verdad —aclaró, dejando caer la sábana—. Fingirlo. Que crean que estás muerta. Solo así te dejarán en paz.
La miré en silencio. Ella se cruzó de brazos, con ese aire a