Nunca imaginé que acabaría compartiendo mi vida con mafiosos, una asistenta con alma de general y un hombre que podía derretirme con una sola mirada. Pero aquí estamos. Viviendo juntos, desayunando como si el mundo no se hubiera incendiado más de una vez allá afuera.
Esa mañana, me desperté temprano. El sol apenas asomaba por las ventanas y Nikolay todavía dormía, con un brazo extendido sobre mi lado de la cama. Me vestí en silencio, bajé sin hacer ruido y salí al patio con una taza de té caliente entre las manos.
Lara ya estaba allí, sentada en una de las sillas con las piernas cruzadas, hojeando una revista que seguramente ni le interesaba.
—¿No podías dormir? —le pregunté, tomando asiento a su lado.
—¿Dormir? ¿Con tanto silencio? Eso es lo que me asusta. —Sonrió, dejando la revista a un lado.
Me reí, llevándome la taza a los labios.
—Pensar que todo esto empezó con que fueras mi asistenta...
—Y míranos ahora. —Se giró hacia mí—. Me haces café, me robas la ropa y te dejo insultarme