La audacia en su comentario me sacó del trance en el que me había sumido su llegada. "¿Pensé que no vendrías?". ¿Él, que llegaba más de quince minutos tarde, se atrevía a insinuar que yo podría haberlo dejado plantado? Una oleada de indignación me devolvió la compostura que había perdido.
—Llegué hace cuarenta minutos, señor Cea —respondí, con un tono más frío de lo que pretendía—. Pensé que el que no vendría era usted.
Una sonrisa divertida curvó sus labios. No parecía en absoluto arrepentido.
—Por favor, llámame Marcos. Y te pido disculpas, un asunto de última hora me retuvo más de lo esperado. Pero veo que la espera ha merecido la pena. Ese traje te queda espectacular.
Se sentó frente a mí con una fluidez elegante, y justo en ese momento, como si hubiera estado esperando su señal, el camarero apareció a nuestro lado.
—Señor Cea, bienvenido. ¿Desean ordenar?
Marcos asintió, pero me cedió la palabra con un gesto de la mano. Era mi momento de demostrar que no estaba fuera de lugar. Con una confianza que no sentía, recorrí la carta con la mirada y me detuve en el plato que había investigado bajo la mesa.
—Para mí, el Foie Gras de pato para empezar, por favor. Y una copa de espumante dulce.
El camarero asintió, anotando mi pedido. Luego se giró hacia Marcos, esperando una orden igual de sofisticada.
—Para mí, Carlos, lo de siempre. Un filete a punto, con papas cocidas y un poco de lechuga. Y un vaso de agua mineral sin gas, por favor.
Me quedé de piedra. ¿Lo de siempre? ¿Filete con papas? En un lugar donde la carta era un catálogo de delicias exóticas, él pedía el plato más simple y terrenal que se pudiera imaginar. El contraste entre su apariencia, el lugar y su elección era desconcertante.
Cuando el camarero se retiró, Marcos apoyó los codos en la mesa y me miró fijamente. Sus ojos verdes parecían analizar cada una de mis reacciones.
—Bueno, Antonella… así que eres psicóloga —comenzó, yendo directo al grano—. Me encanta esa disciplina. He leído bastante, sobre todo de psicoanálisis. Freud, Jung, Lacan... ¿Cuál es tu corriente favorita?
Su pregunta me desarmó por completo. Esperaba cualquier cosa: preguntas sobre mi trabajo, comentarios sobre el clima, banalidades para romper el hielo. Pero él había elegido el único tema en el mundo en el que yo me sentía una experta, el refugio de mi identidad más allá del uniforme azul.
—Vaya, no esperaba que te interesara —admití, sorprendida—. Bueno, sin duda el psicoanálisis es fascinante, sentó las bases de todo. Pero mi formación ha ido más en torno al conductismo. Mi escuela se especializaba en eso.
—Ah, claro, el conductismo. Skinner, Pavlov... Muy interesante también, aunque he escuchado que esas dos corrientes se llevan como el perro y el gato.
No pude evitar reír.
—Jajaja, sí, es cierto. Algunos de mis profesores ni siquiera se guardaban su animadversión frente a los psicoanalistas. Los llamaban "charlatanes poéticos".
—Jajaja, me lo imagino. Bueno, esa rivalidad debe ser muy productiva. Esa competencia debe motivarles en la producción de conocimiento. Aunque, en el fondo, seguro que tienen muchas cosas en común, pero vistas desde diferentes perspectivas.
Su comentario me impresionó. No era la opinión superficial de un aficionado; era una reflexión aguda y certera.
—Sí, debe ser. Habría que buscar quiénes han hecho el trabajo de trazar puentes entre ambas corrientes. No muchos se atreven.
Estábamos tan inmersos en la conversación que no nos dimos cuenta de que el camarero había vuelto. Colocó frente a mí mi ostentoso Foie Gras y frente a él, su plato de filete con puré. Y aunque era simple, la carne estaba dispuesta de una manera tan perfecta y las papas tan delicadamente presentadas que se veía increíblemente apetitoso.
Comenzamos a comer, y la conversación se detuvo por un momento. Fue en ese silencio que caí en la cuenta. Estaba cómoda. Increíblemente cómoda. El nudo de nervios en mi estómago se había disuelto sin que me diera cuenta. Era como si él hubiera seleccionado ese tema a propósito, sabiendo que era mi terreno, para hacerme sentir segura y derribar mis barreras. Ahora me sentía menos nerviosa, como si estuviera conversando con un par, aunque una parte de mí sabía que estábamos a mundos de distancia.
Llevé un trozo de Foie Gras a mi boca. Su sabor, intenso y un tanto amargo, invadió mi paladar. No era para nada lo que esperaba. No era de mi gusto. De repente, el filete de Marcos me pareció la mejor opción del mundo. Pero ya era tarde, no podía decir que no me gustaba.
—¿Cómo está tu plato, Antonella? —preguntó, como si me leyera la mente.
—Muy bueno, de verdad —mentí, forzando una sonrisa—. Muchas gracias por la invitación, Marcos.
—El placer es mío. ¿Quién no ha de gustar de tener una conversación con una joven tan bella e inteligente como tú?
Casi me atraganto. El cumplido fue tan directo, tan inesperado, que sentí que me faltaba el aire. Tomé un sorbo largo de mi espumante para disimular, pero el calor que subió a mis mejillas era imposible de ocultar. Debía estar tan roja como mi traje.
—Jajaja, exageras. No soy más que una chica cualquiera.
—No lo creo —dijo, su voz bajando un tono, volviéndose más íntima. Me miró directamente a los ojos, y su sonrisa se desvaneció, dando paso a una seriedad que me paralizó—. ¿O acaso crees que hago esto con cualquier persona?
El aire se volvió denso. No sabía qué responder. Me limité a cortar otro trozo de Foie Gras, necesitando hacer algo con las manos.
—Cuéntame, Antonella, ¿estás saliendo con alguien en estos momentos? —continuó, sin apartar su mirada de la mía—. Estoy seguro de que una chica como tú tiene muchos admiradores.
—Mmm, no… no es tan así —respondí, con la voz apenas audible—. Usualmente trato de evitar ese tipo de interacciones. Para avanzar en mi carrera...
—Bueno, espero que no me vayas a ver como un obstáculo —dijo, y en ese instante desvió la mirada hacia su reloj de pulsera. Su expresión cambió por completo, como si un interruptor se hubiera accionado—. Oh, mira qué hora es. Ya son las 3:20. Lamentablemente, me debo retirar, señorita. Que tengas buen provecho.
Se puso de pie con una rapidez que me sobresaltó.
—Por favor, Carlos, añada todo a mi cuenta —le dijo al camarero, que asintió como si fuera la rutina de siempre.
—Sí, no hay problema, señor.
Y sin más, se dio la vuelta y se marchó a paso apresurado, dejando su plato a medio comer.