Habían pasado apenas unos minutos cuando se oyó el alboroto de guardias corriendo, buscando.
Sareth, Elio y su familia estaban ocultos entre los arbustos, observando. Habían recuperado sus habilidades, pero no sus fuerzas. Los días de tortura los habían dejado exhaustos; enfrentarse a los guardias en ese estado era imposible.
Sareth intentó tranquilizar a la niña, que temblaba de miedo, y se dio cuenta de algo absurdo: no sabía su nombre, ni el de su madre. Todo había sido tan rápido que no hubo tiempo para presentaciones.
—Niña, ¿cómo te llamas? —susurró.
—Soy Jade —respondió la pequeña con la voz temblorosa.
—Mucho gusto, Jade. Yo soy Sareth. Sé que estás asustada, pero todo estará bien. Escúchame: tú vendrás conmigo. Si tu padre protege a tu madre y yo a ti, podremos avanzar más rápido.
Elio asintió. Entendía perfectamente lo que Sareth quería decir. Él era un guerrero, su fuerza física superaba la de cualquier bruja, y Sareth… bueno, Sareth era otra cosa. Un demonio con la determi