Kael estaba en su oficina, rodeado de papeles y documentos, tratando de cerrar todos los pendientes antes de que el día se deslizara hacia la noche. Aquella semana había sido una de las más agotadoras: el culpable del ataque a Sareth aún estaba libre, oculto en las sombras, burlándose de sus esfuerzos por atraparlo. Y ahora, encima de todo, estaba la estúpida fiesta que Aziel había insistido en organizar. Kael no podía concentrarse del todo; sus ojos no dejaban de mirar el reloj. La comida se acercaba y, más que eso, deseaba ver a Sareth antes de la fiesta.
Como si sus pensamientos la hubieran llamado, Sareth apareció en la puerta, tocando suavemente dos veces antes de entrar sin esperar respuesta. Llevaba esa seguridad natural que siempre lo desarmaba, y su aspecto era impecable: camisa verde que resaltaba su piel, pantalones entallados y sus característicos tacones, que Kael nunca entendió del todo cómo podía usar con tanta comodidad.
—Hola, espero no molestar… Aziel dijo que estarí