Elio nunca había imaginado que el mundo de los demonios fuera así. Durante años escuchó historias, vio rituales, sintió energías oscuras en la piel… pero nada, absolutamente nada, lo preparó para el lugar en el que estaba ahora.
Apenas entró en ese espacio, su cuerpo reaccionó como si hubiera cruzado una frontera invisible. El aire era distinto. No frío, no caliente. Simplemente… otro. Como si no perteneciera al mismo universo que los pasillos del refugio, ni al bosque, ni a ningún lugar que conociera.
Las sombras eran más densas allí. Más oscuras, pero también más vivas. Podía verlas moverse en los bordes de su visión, estirándose como criaturas que apenas se contenían. No lo atacaban. Pero lo observaban.
Era una sensación incómoda. No peligrosa, pero tampoco tranquilizadora.
Un equilibrio extraño entre fascinación y alerta.
Sareth estaba unos metros más adelante, entrenando con el anciano demonio. Cada vez que ella movía la mano, la oscuridad respondía como si fuera un soldado obed