El silencio del abismo era espeso. Las sombras parecían respirar junto a Sareth mientras el anciano demonio trazaba figuras invisibles sobre el suelo con la punta de su bastón. Cada trazo dejaba un brillo tenue que se desvanecía poco a poco.
Sareth observaba con atención, sintiendo cómo la oscuridad a su alrededor respondía a su presencia, como si la reconociera. Le provocaba una mezcla de poder y miedo que aún no sabía controlar.
—Dime algo —dijo finalmente, rompiendo el silencio—. ¿Mis poderes… son como los de Elena?
El anciano soltó una risa baja, áspera, que resonó en las paredes de piedra.
—No, pequeña sombra. Los tuyos son muy distintos. Elena es heredera del velo, guardiana del equilibrio entre mundos. Su poder viene de la raíz misma del antiguo pacto. El tuyo, en cambio… —se inclinó hacia ella, los ojos brillando como brasas apagadas— está hecho para liderar.
—¿Liderar? —repitió Sareth, confundida.
—Tus dones no son tan antiguos ni tan místicos. Son físicos, instintivos. No mu