El camino no ofrece señales de advertencia. No hay carteles oxidados ni curvas cerradas que expliquen por qué ese tramo del mundo se siente distinto.

El asfalto es el mismo, el cielo conserva su gris gastado, y sin embargo, algo en el aire se comporta como si hubiera olvidado su función original.

Isela camina unos pasos delante de Cayden.

No porque quiera guiarlo, sino porque avanzar le resulta más fácil que mirar atrás. Cada vez que se detiene para comprobar su estado, el miedo se filtra con demasiada claridad, como si no fuera del todo suyo.

El punto ciego no aparece en ningún mapa, no es una coordenada exacta, sino una ausencia progresiva. Una zona donde la red Alfa deja de ejercer presión, donde el murmullo constante que los acompañó toda la vida se va diluyendo hasta convertirse en un eco irreconocible.

Cayden lo siente primero en el cuerpo, no como alivio, como desorden.

Su paso se vuelve irregular. La piel de sus antebrazos vibra con un zumbido bajo, casi imperceptible, pero co