Restos de un Mundo Dirigido.
El silencio no llegó de golpe, llegó por capas.
Primero se apagaron las pantallas públicas: los paneles de tránsito, los avisos de optimización energética, los índices de productividad que solían flotar como un pulso constante sobre las avenidas.
Luego vinieron los sonidos erráticos: bocinas sin sentido, alarmas que nadie sabía desactivar, drones suspendidos en el aire como insectos muertos, cayendo uno a uno cuando sus rutinas no encontraban a quién reportarse.
Isela lo percibió antes que los demás, no como un dato, sino como una sensación física. El mundo estaba desacoplado.
—No están tomando decisiones —murmuró, observando desde el borde de la terraza derruida—. Están esperando.
Debajo, la ciudad seguía en pie, pero ya no funcionaba. Cruces sin prioridad, hospitales sin protocolos activos, estaciones de distribución energética operando al mínimo porque nadie se atrevía a autorizar el desvío de carga.
El sistema del proyecto Alfa no solo coordinaba: habilitaba. Sin él, cada acción p