Realidad.

Isela caminó sin rumbo, pero sus pasos terminaron llevándola al patio central, donde Selena y Livia la vieron llegar. Estaban sentadas en un banco, con bebidas frías y cuadernos esparcidos.

— ¡Hey! —llamó Livia, levantando la mano.

Se acercó, todavía temblando. Se sentó entre ellas, intentando ordenar su respiración. Livia la miró con esa mezcla de curiosidad y preocupación que usaba cuando estaba a punto de lanzar preguntas.

—Estás pálida —dijo—. ¿Qué pasa?

Selena, más seria, entrecerró los ojos.

— ¿Ise? —preguntó, sin rodeos.

Isela apretó los labios. Podía mentir, pero la máscara se le caía. El nudo en el estómago le exigía salir.

—Necesito contarles algo —susurró—. Pero no aquí. No todo.

Selena le puso una mano en el hombro, firme.

—Estamos contigo —dijo—. Siempre.

Isela respiró hondo, bajando la voz.

—El viernes pasó algo, entre Damian y yo.

Livia abrió los ojos, sorprendida, pero no interrumpió. Selena asintió, como si hubiera esperado esa confesión. Aparentemente sus amigas ya s
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