Proyecto Centinela.
El aire estaba cargado, denso, como si la ciudad misma contuviera la respiración mientras el grupo avanzaba por las calles en ruinas y túneles abandonados. Cada sombra parecía moverse con intención, y los destellos del cuaderno azul iluminaban brevemente sus rostros mientras avanzaban.
Isela sostenía la mochila con fuerza, consciente de que el cuaderno latía como un corazón vivo dentro de ella. Cada paso que daban hacia las coordenadas sentía que la energía del dispositivo se volvía más intensa, más difícil de ignorar. Sus sentidos se agudizaban: percibía leves vibraciones en el suelo, los latidos de sus compañeros, incluso cambios sutiles en la temperatura del aire.
—Cada vez lo siento más —susurró, mientras avanzaban por un corredor estrecho—. Es como si pudiera anticipar cosas.
—No dejes que te consuma —advirtió Damian desde un paso atrás—. Lo que estás sintiendo es útil, pero también peligroso. No puedes dejar que controle tus decisiones.
Isela miró hacia atrás y encontró sus ojos