La Emboscada de Selena.
El almacén donde el grupo se había refugiado estaba silencioso, pero Isela no podía ignorar la sensación de que algo estaba cambiando. El cuaderno, que hasta entonces había emitido un brillo constante, ahora parpadeaba intermitente, como avisando de un peligro inminente.
— ¿Sienten eso? —Preguntó Leo, frunciendo el ceño—. Algo se acerca.
Damian se movió hacia la entrada, con la pistola lista.
—No es paranoia —dijo con voz grave—. Alguien nos sigue.
Isela apretó la mochila que contenía el cuaderno. Podía sentir un escalofrío recorrer su columna: una advertencia sutil, pero intensa. Su vínculo con el dispositivo estaba despertando más rápido que nunca.
En la entrada, la sombra de dos figuras se proyectó contra la luz de la ciudad que entraba por las grietas del almacén. Una era inconfundible: Selena, con la mirada ardiente y los puños tensos. A su lado, Viktor caminaba con una calma que resultaba inquietante, evaluando cada movimiento del grupo.
— ¡Leo! —Gritó Selena, la voz cargada de