Poderes y Paciencia.
El refugio olía a humedad y madera vieja, y la luz débil que entraba por las ventanas rotas apenas iluminaba las paredes cubiertas de grafitis y polvo. El silencio era pesado, interrumpido solo por el eco lejano de pasos que parecían inventados por su propia imaginación. Leo dejó la mochila sobre una mesa desvencijada, y el cuaderno azul descansó sobre la superficie con un brillo tenue.
—Esto… —susurró Isela, con la voz entrecortada—, no deja de moverse.
El cuaderno parecía latir bajo sus manos, y al tocarlo, Isela sintió un calor que recorría sus brazos hasta el pecho. Era una sensación extraña, mezcla de electricidad y mareo. Cerró los ojos y vio fragmentos: pasillos iluminados por luces rojas, figuras indistintas que la observaban, símbolos que flotaban frente a sus ojos como si tuvieran vida propia.
—No entiendo qué me está pasando —dijo con un hilo de voz—. No sé si son visiones o recuerdos.
Damian, que estaba sentado cerca de la mesa revisando armas y equipo, levantó la vista co