La Oveja Negra.

Leo permanecía de pie frente a la ventana del despacho, mirando la ciudad que se extendía como un tapiz indiferente de luces y sombras. Todo parecía tan lejano, irrelevante frente al peso de lo ocurrido.

No solo había fallado con el Proyecto Alfa; Isela había escapado. Isela, la pieza más delicada y valiosa, había logrado eludirlos mientras él no pudo controlarla, no pudo anticipar su movimiento. Su pecho dolía con cada respiración: un dolor de culpa más que físico.

—¡Inaceptable! —tronó la voz de su padre, cortando el silencio como un látigo invisible.

Leo se quedó inmóvil, sin atreverse a mirarlo. Sabía que cualquier intento de defensa sería inútil. Sus padres no buscaban explicaciones; buscaban culpables.

—¡Tú eres el responsable! —gritó su madre, acercándose con pasos medidos—. Cada fallo tuyo nos ha puesto al borde del desastre. Isela ha escapado, y no podemos localizarla. ¿Cómo explicas eso?

—No fue… —intentó murmurar, pero su voz quedó atrapada en su garganta.

—¡No hay excusas!
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