El Camino.

El aire del pasillo olía a metal y polvo quemado. Cada paso de Isela resonaba, pero no había respuesta; nadie hablaba, nadie podía romper el silencio más que los ecos de su propia respiración.

Sus manos temblaban levemente, atrapadas entre la urgencia y el miedo. Fragmentos de Cayden llegaban a su mente: un rostro borroso, un gesto, un sonido apagado que parecía venir de otro lugar, otro tiempo. Cada fragmento era momentáneo, fugaz, casi imposible de sostener.

No podía hablar. Ni siquiera podía gritar su nombre. Todo lo que podía hacer era mirar, moverse y tratar de no perderse en la oscuridad que parecía expandirse a su alrededor.

Cada gesto de Selena delante de ellos era un mensaje silencioso, cada toque en la pantalla medio rota un mapa que Isela no comprendía del todo, pero que podía seguir.

Un recuerdo apareció y desapareció en un parpadeo: Cayden, de niño, corriendo hacia ella con los brazos abiertos, una sonrisa que duró menos de un segundo antes de desvanecerse. Un hilo de emo
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