La Mente: El Abismo del Alma.
Lo peor era cuando todo cesaba y solo quedaba el vacío. Ese silencio, ese peso que se extendía por los túneles como una sombra viva.
Livia respiraba con dificultad. El aire olía a ceniza y metal fundido, una mezcla tan densa que casi podía masticarse. Frente a ella, Damian e Isela permanecían inmóviles, cubiertos de polvo y hollín.
Los tres miraban hacia el túnel que habían dejado atrás, donde el fuego se tragaba las ruinas del Consejo. Donde Selena había quedado.
—No puede haber muerto —murmuró Livia, su voz apenas un soplo—. No así… no ella.
El eco de su propia voz la golpeó con violencia. Selena. Esa palabra ya dolía.
Damian no respondió. Mantenía la cabeza gacha, los puños cerrados sobre las rodillas. Livia lo observó: había sido el más cercano a Selena, su compañero en todo, su sombra constante. Y ahora parecía una estatua quebrada.
—Selena sabía lo que hacía —dijo él al fin, con la voz rota, sin mirarlas—. Ella eligió quedarse.
Livia lo miró, incrédula.
—No la dejaste elegir.
Él