Escombros.
La oscuridad no fue inmediata. Primero vino el silencio.
Un silencio tan denso que pareció absorber el aire, el sonido, incluso los pensamientos. Luego, lentamente, la negrura se llenó de un murmullo bajo, un pulso metálico que resonaba detrás de sus costillas. Isela no supo si estaba respirando o si era el sistema el que lo hacía por ella. Solo sabía que estaba viva. O algo parecido a eso.
El suelo bajo su cuerpo era irregular, cubierto de polvo y fragmentos de metal fundido. Intentó moverse, pero el peso de sus propios músculos la anclaba. Una sensación extraña recorrió su piel: electricidad, como si miles de hilos invisibles la conectaran al aire. Cuando abrió los ojos, la luz del núcleo todavía parpadeaba, intermitente, como el último latido de un corazón moribundo.
El cuaderno flotaba frente a ella, suspendido entre los restos, girando lentamente sobre su eje. Su luz azul había vuelto, más tenue, más orgánica. Cada rotación emitía un destello que pulsaba al ritmo de su respiració