El Patrón Corvin.
La habitación estaba cubierta de blanco. Paredes, suelo, techo. Todo brillaba con una limpieza casi dolorosa.
El aire olía a metal y a silencio, como si el tiempo mismo se hubiera detenido allí dentro.
En el centro, Isela yacía sobre una camilla, inmóvil. Su respiración era leve, apenas perceptible. El cuaderno, aquel objeto que nunca se separaba de ella, descansaba sobre una bandeja metálica, apagado, sin vida aparente.
Una luz azul parpadeaba en la pantalla del monitor junto a su cabeza. Cada pulso marcaba un recuerdo que estaba a punto de desaparecer.
Detrás del vidrio, una mujer observaba. Su bata blanca no podía ocultar las manos temblorosas ni la mirada cargada de culpa.
Cada vez que la traían ahí, juraba que sería la última. Cada vez, rompía su promesa.
Un técnico se acercó a la camilla, revisando los parámetros que flotaban en la pantalla transparente.
—Sector cerebral treinta y dos, actividad anómala —informó con voz neutra.
—Regulen la intensidad —ordenó otro, sin siquiera m