Latidos.
El túnel estaba en silencio. Solo se oía el eco distante del agua cayendo desde una grieta, y el ritmo irregular de su respiración.
Isela se sentó en el suelo frío, sosteniendo el cuaderno entre las manos. La luz azul que se filtraba entre sus dedos ya no era estable: palpitaba, igual que un corazón.
Damian se había quitado la chaqueta para vendarse el costado. Su sangre había empapado la tela, pero su expresión era serena, obstinadamente tranquila.
Leo dormía unos metros más allá, exhausto, su cuerpo cubierto por una manta improvisada. Livia revisaba los mapas en voz baja, sin levantar la mirada.
Por un instante, Isela pensó que estaban a salvo. Pero el silencio no era paz. Era un silencio que los escuchaba.
El cuaderno volvió a vibrar.
Una línea luminosa se extendió por su superficie, como una escritura viva que buscaba ser entendida. Isela la observó, sintiendo que cada símbolo despertaba algo dentro de su mente: una sensación de reconocimiento que no podía explicar.
—No deberías f