El Núcleo.

El suelo bajo los pies de Isela parecía respirar. Era liso y blanco, pero por momentos se formaban grietas negras que se abrían y se cerraban como pulmones. Avanzar allí era como caminar sobre un sueño vivo. A cada paso, un murmullo se filtraba desde las paredes, voces que no eran voces, un idioma que reconocía sin comprender. Era como si las paredes hablaran su nombre.

Leo iba delante, la pistola en mano aunque sabía que las armas poco valían allí. Damian iba detrás, atento a cada curva, cada sombra que se movía, los músculos tensos, el dedo siempre cerca del gatillo. Livia era la más nerviosa; giraba la cabeza de un lado a otro, como si en cualquier instante fueran a saltarles encima. Su respiración era tan fuerte que Isela podía oírla incluso por encima de ese zumbido constante que vibraba en el aire.

El cuaderno en manos de Isela era la única brújula. Sus páginas giraban solas, los símbolos ardiendo en azul y dorado. Allí estaba el mapa. Allí estaba la ruta al “Núcleo”, el disposi
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