El Despertar.
Los tubos fluorescentes del techo parpadeaban de manera intermitente, lanzando destellos fríos sobre las paredes cubiertas de grietas y señales de corrosión. Habían pasado horas desde que salieron del túnel, pero el silencio en aquel corredor era distinto: más denso, más vigilante.
Isela avanzaba despacio, con el cuaderno apretado contra el pecho. Cada paso levantaba una nube fina de polvo que se arremolinaba a la luz débil. Damian iba delante, con la linterna en una mano y el arma en la otra, mientras Leo revisaba las puertas cerradas, observando los números borrosos pintados en los marcos. Livia cerraba la marcha, con la respiración contenida y los nervios al límite.
El lugar parecía haber sido un anexo del laboratorio central: oficinas selladas, escritorios cubiertos por papeles amarillentos, cables colgando del techo y monitores rotos. Había tazas con café seco en las mesas, como si todos hubieran desaparecido en medio de la rutina.
—Esto me da mala espina —murmuró Livia, rompiend