Livia.
La oscuridad del túnel se volvía más densa a cada paso. El aire olía a óxido y humedad, y el sonido de las gotas que caían desde las tuberías rotas se mezclaba con el eco de los movimientos del grupo. Livia iba unos pasos detrás de Isela, observando cómo la luz azul del cuaderno delineaba las paredes húmedas y marcaba el camino.
Nunca imaginó verse envuelta en algo así. Ella solo había ido a visitar a su amiga, a llevarle una caja con comida y quedarse a charlar un rato antes de clases. No sabía de laboratorios, ni de Consejos, ni de rastreadores mentales. Todo aquello parecía un mal sueño, uno del que no podía despertar.
Isela caminaba con el cuaderno apretado contra el pecho, como si de él dependiera su respiración. Damian se mantenía detrás, atento a cada sonido, con esa tensión contenida que lo hacía parecer un animal dispuesto a atacar si algo se movía mal. Livia los seguía en silencio, sin entender del todo lo que ocurría, intentando no pensar en que su vida se había convertido