El Colapso.
Las cámaras parpadean. Una a una, las imágenes del Consejo se llenan de humo y estática, hasta que el gris se convierte en un rugido visual.
El padre de Isela aprieta los puños sobre el panel de control. La madre, a su lado, apenas puede respirar.
El aire del centro de mando huele a ozono, a metal recalentado y miedo. El temblor del edificio se siente bajo sus pies, como si la estructura misma supiera que está a punto de morir.
—No… no puede ser ella —susurra la mujer, con la voz quebrada.
Pero es ella.
En la pantalla principal, entre las sombras, aparece Selena. Su cuerpo se mueve como una ráfaga entre el fuego y el acero. Los centinelas caen a su alrededor como muñecos sin alma; sus movimientos son exactos, pero no perfectos, no esta vez.
Hay algo roto en ella, algo humano. La mirada de Selena ya no es la de la asesina moldeada por el Consejo: ahora sangra, tiembla, respira como si cada exhalación le costara una vida entera.
—Unidad Beta-09 —anuncia una voz automática en los altavoc