Creando al traidor.
Leo avanzaba por los pasillos semi-oscuros del complejo, con los hombros tensos y la mirada fija en el suelo. Cada paso que daba parecía resonar en un vacío insondable, un eco que solo él podía escuchar.
La luz parpadeante de los monitores iluminaba el polvo en suspensión, proyectando sombras que se retorcían en las paredes corroídas por el tiempo. Cada sombra parecía burlarse de él, recordándole su lugar: un espectador, nunca un protagonista.
Proyecto Alfa. Dos nombres que lo habían marcado para siempre: Isela y Cayden. Desde los cinco años habían sido moldeados, manipulados, expuestos a agujas, luces, voces repetitivas y protocolos de control absoluto.
Y él… él había quedado afuera. No era un sujeto, no era un protegido, no era nadie. Su papel había sido siempre el mismo: observador, asistente, ejecutor de órdenes menores, un actor secundario en la historia de su propia familia.
Su madre y su padre estaban detrás del Proyecto Alfa. Siempre habían estado detrás de todo. Manipuladores