Los Ojos del Consejo.
El cuarto de control estaba en silencio, salvo por el zumbido constante de los servidores y el parpadeo monótono de las pantallas. Cada monitor mostraba un fragmento del complejo: pasillos, salas de experimentos, conductos de mantenimiento.
Desde ese lugar, los padres de Leo, Isela y Cayden podían verlos a todos. Cada paso, cada gesto, cada respiración estaba registrado, analizado, evaluado. Cada emoción era una variable que ellos calculaban y manipulaban sin que los sujetos lo supieran.
Su madre, de pie junto a la consola principal, cruzó los brazos. Sus ojos, fríos y calculadores, seguían la silueta de Isela mientras avanzaba por los corredores oscuros.
Podía ver cómo el cuaderno flotaba a su alrededor, cómo los códigos respondían a su presencia. Cada movimiento era la prueba de que la joven había superado las limitaciones que habían impuesto sobre ella desde su infancia.
—Se está acercando—dijo con voz medida, como quien describe un experimento más que un hijo—. Si logran descifrar