Aquí Estabas.
Las alarmas no dejaban de aullar, pero era el edificio el que realmente gritaba. Un crujido profundo, casi animal, recorría las paredes como si la estructura entera se retorciera por dentro. El piso vibró bajo sus pies y una lluvia fina de polvo cayó desde el techo, pegándose a su piel sudada.
Isela se obligó a seguir corriendo. Su garganta ardía por la mezcla de humo, polvo y ese sabor metálico que siempre anunciaba el colapso.
—¡Isela! —la voz de Livia, quebrada, casi infantil.
—¡No te detengas! ¡Sigue! —Damian, más lejos, como si ya estuviera luchando contra algo que ella no podía ver.
Los gritos rebotaban entre los pasillos como si las paredes los escupieran de regreso a propósito. Ella volteó una sola vez, apenas un segundo, para comprobar si podía ver siluetas. No vio a nadie. Solo sombras agitadas por las luces moribundas.
El techo tembló y una compuerta cayó de golpe entre ella y el pasillo de donde provenían sus voces. El estruendo fue tan violento que el suelo vibró, levanta