La Separación.

El metal frío del pasillo devolvía cada respiración como un eco débil, un recordatorio de lo cerca que estaban del colapso. Isela apoyó una mano temblorosa contra la pared, sintiendo cómo la piel se le pegaba al metal por la mezcla de sudor seco y fiebre.

Su garganta ardía; hacía horas que no bebía agua y cada trago de saliva raspaba como cristales rotos. Livia caminaba a su lado, cojeando, pero con el mentón firme. No se quejaba, nunca lo hacía, aunque cada movimiento le arrancara un gesto de dolor que intentaba esconder.

Damian iba al frente, con la mirada clavada en la oscuridad del corredor, como si pudiera anticipar cualquier amenaza antes de que apareciera. No hablaba, pero cada tanto giraba la cabeza apenas para comprobar que Isela seguía avanzando.

Ese pequeño gesto, tan leve que cualquier otro lo pasaría por alto, era lo único que impedía que Isela se dejara caer al suelo y cediera al agotamiento.

El aire olía a polvo viejo y a la electricidad quemada de los paneles destruido
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