Capítulo 2 – Ariana

Hay mañanas que pesan más que otras.

Me despierto antes de que el sol asome por completo sobre los tejados de París. La ciudad duerme, pero mi mente no conoce el descanso desde hace años. A veces me pregunto cómo sería vivir con ligereza. Dormir ocho horas sin interrupciones, sin soñar con rostros que se desvanecen. Sin escuchar en mi memoria la voz de mi madre, esa voz que cada año suena más lejana.

El apartamento que ocupo está en el piso diecisiete de un edificio de arquitectura neoclásica remodelado en Le Marais. Espacios abiertos, ventanales que devoran la luz natural, mármol en el suelo, hierro forjado en las barandas. Todo fue diseñado por mí. Cada rincón, cada textura. No porque me importe la decoración en sí, sino porque no soporto sentir que hay algo fuera de mi control. Es una manía que se instaló el día que mamá desapareció: si no puedo dominar el pasado, al menos dominaré mi presente.

Mi rutina es inquebrantable. Café negro sin azúcar, ducha rápida, rostro limpio. A las seis en punto, reviso los informes financieros de Noir Éternel, mi empresa de cosmética. Todo está donde debe estar. Incluso en los días más sombríos, mi marca prospera. A estas alturas, he aprendido a ocultar mis sombras detrás de campañas millonarias y alianzas estratégicas. El mundo me conoce como una mujer de negocios implacable, sofisticada, segura. No tienen idea de lo que hay detrás de esa imagen.

Hoy, sin embargo, hay algo distinto.

Esa caja negra que apareció ayer —sin remitente, sin pistas— no ha salido de mi mente. La nota sigue guardada en el pequeño compartimento secreto de mi escritorio. “Tu madre sabía más de lo que imaginabas”. Ojalá fuera una broma. Pero algo en mí lo supo desde que leí la frase: esto no es casualidad.

Desayuno poco, solo frutas. Olivia llega puntual como siempre, con su tablet en mano y una lista de reuniones, llamadas y solicitudes para revisar.

—¿Noche tranquila, señorita Soler? —pregunta, aunque su tono profesional oculta cualquier verdadera curiosidad.

—Tan tranquila como se puede —respondo mientras observo los correos entrantes.

Ella sabe que no debe preguntar por más.

La oficina central de Noir Éternel está ubicada a solo seis calles de casa. Me gusta caminar hasta allí. Evito choferes, evito seguridad. Me expongo porque, de alguna manera retorcida, necesito sentir que todavía puedo elegir cómo moverme por el mundo. Pero París no es tan romántica como dicen los turistas. No para alguien como yo. Aquí las sombras no están solo en los callejones; están en los apellidos.

En la entrada del edificio, todos me saludan con respeto. Sonrío lo justo. Miro lo suficiente. Soy una mujer que conoce el poder de sus gestos.

El día avanza entre juntas con inversores, firmas de contratos con distribuidores, revisión de campañas con el equipo creativo. Pero ni un solo segundo dejo de pensar en ella.

Elena.

Mi madre.

Me aterra la posibilidad de que aún esté viva, y más todavía la de que esté muerta. Lo que no puedo tolerar es la incertidumbre.

Durante años me dijeron que estaba enferma, que sufrió un colapso mental, que necesitaba desaparecer para protegernos. Tonterías. Mi madre no se habría ido sin mí. Nunca. Era la única persona que me miraba como si realmente me viera. La única que me hablaba con dulzura, incluso en una casa llena de hielo.

Samuel Soler, mi padre, sigue vivo. Sigue poderoso. Lo visito muy poco. Está retirado en su mansión de las afueras, entre obras de arte robadas y sirvientes que no pronuncian palabra. Él jamás habló del pasado. Nunca pidió perdón. Nunca derramó una lágrima. Desde que tengo uso de razón, entendí que ese hombre es un enigma que ni el amor logró descifrar.

Me siento muchas veces como un producto más de su legado. Un legado manchado, oculto bajo donaciones filantrópicas y premios de “excelencia empresarial”. Pero hay cosas que el dinero no puede esconder para siempre.

Después del almuerzo, decido cancelar una reunión. Necesito estar sola.

Tomo mi coche y conduzco hacia una de las propiedades más antiguas de mi familia: la casa de campo de Montfort. Un lugar olvidado incluso por los tabloides. Allí pasé algunos veranos con mamá cuando era muy niña. Es uno de los pocos sitios donde sus risas aún rebotan en las paredes, al menos en mi memoria.

La propiedad está cubierta de maleza, pero conservo las llaves. Al entrar, el aire huele a encierro, a madera vieja, a historia.

Subo lentamente las escaleras hasta la habitación que solía ocupar. La cama sigue intacta, las cortinas amarillentas, y un tocador con fotografías. Me arrodillo frente a uno de los cajones. Está cerrado con llave. Yo misma lo sellé hace años, incapaz de enfrentar su contenido. Pero hoy… hoy tengo que hacerlo.

Busco la llave en el marco del espejo, donde solíamos esconder pequeños tesoros.

Abro el cajón con manos temblorosas.

Dentro hay un sobre.

Al abrirlo, reconozco de inmediato la caligrafía.

"Si estás leyendo esto, es porque algo ocurrió. Tal vez porque no volví. Ariana, hija mía, sé que un día buscarás la verdad. Pero cuidado… hay cosas que nunca debieron salir a la luz. Lo que tu padre no quiere que sepas, lo que yo descubrí demasiado tarde, es que nuestra familia no es lo que aparenta. Yo me enamoré del hombre equivocado. Y por eso tuve que callar."

Me falta el aire. Las letras bailan ante mis ojos.

"Él no es quien dice ser. Y hay otros. Personas poderosas. Involucradas. Silenciarme fue su única salida. Pero si estás lista, empieza por el sótano del ala oeste. Allí encontrarás las primeras respuestas."

Dejo caer la carta.

El sótano. ¿Por qué nunca supe de él?

Vuelvo a levantarme con decisión. Recorro el pasillo hasta la parte más antigua de la casa. Encuentro la entrada tapiada con muebles viejos. Quitar todo es un esfuerzo físico, pero no me detengo.

Finalmente, una puerta de hierro aparece frente a mí.

Oxidada, olvidada. Como los secretos que guarda.

Busco una linterna y entro.

Las escaleras son estrechas, húmedas. El aire es más denso con cada paso.

Al fondo, una habitación oculta.

Papeles. Grabaciones. Fotografías.

Una de ellas me hiela la sangre: mamá… con un hombre que no es mi padre. Ambos abrazados. Ambos sonrientes. En un fondo que reconozco como Marruecos.

¿Quién es ese hombre?

En otro papel, una hoja médica: test de ADN incompleto. Encabezado por el apellido de mamá. ¿Qué es esto?

Antes de poder seguir revisando, escucho un sonido arriba.

Pasos.

¿Alguien más sabía de este lugar?

Apago la linterna. Me escondo en la oscuridad, conteniendo la respiración.

Los pasos se detienen. Escucho el crujir de la madera.

Después, silencio.

¿Fueron reales? ¿O fue mi mente traicionera?

Espero minutos eternos antes de atreverme a salir. La casa está vacía. La puerta principal sigue cerrada. Pero algo ha cambiado en el ambiente.

Reúno todo lo que puedo y lo guardo en mi bolso.

Ya no hay marcha atrás.

Esa carta de mi madre lo confirma: no fue una desaparición. Fue una eliminación calculada. Un silencio impuesto.

Y si alguien más sabe que estoy escarbando… estoy en peligro.

Salgo de Montfort y regreso a París con el corazón latiendo como un tambor. La ciudad me recibe con su indiferencia usual. Pero yo ya no soy la misma.

Soy una mujer que ha tocado el abismo de su pasado.

Y ahora, estoy lista para incendiarlo todo si es necesario.

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