12. Nadar Contracorriente

Llevé sopa, pan y silencio. A veces eso alcanza para no desarmarse. Fran abrió la puerta de la casa vieja con los hombros tensos y una mirada cansada; su hermana me sonrió agradecida y me puso a pelar zanahorias sin preguntar nada más. Mi pequeño lobito se paseó por la cocina como un inspector en miniatura.

—Podés irte —me dijo Fran en voz baja, sin dureza—. Esto no es tuyo.

—Ahora sí —respondí, y seguí cortando las zanahorias.

El hombre en el cuarto del fondo respiraba como quien pelea incluso cuando duerme. Dejé la bandeja en la mesa y limpié quitando lo que podria causar problemas. No soy enfermera, no soy santa, no soy heroína. Solo sé quedarme cuando importa.

En un cajón de la oficina encontré recibos viejos: mantenimiento del edificio, firmas que no coincidían con las nuevas. Los habia guardado en mi libreta. No robé nada. Guardé pruebas de memoria.

—¿Qué hacés? —preguntó Fran desde el marco de la puerta.

—Cruzo fechas. —Le mostré los papeles—. Las firmas de antes y después no
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