Cinco días después de la tensa llamada, Hadiya llegó a San Francisco. Estaba nerviosa, usando la excusa de investigar una posible inversión tecnológica para la fundación de Dilara como coartada. Odiaba el juego de mentiras, pero el miedo a que Ahmed revelara el incidente del medicamento abortivo era mucho más grande que su orgullo. Esa verdad no solo la desterraría del círculo Arslan, sino que la hundiría socialmente para siempre.
Eligió el lobby de un hotel boutique en Nob Hill, un lugar elegante pero con suficiente anonimato. Se sentó en un sofá de terciopelo, fingiendo leer una revista de moda, mientras su corazón latía con furia. Cuando Ahmed entró, Hadiya sintió un escalofrío. .
Ahmed, impecable en su traje y con su renovada compostura, parecía el joven heredero que todos creían que era. No había rastros del hombre roto y borracho de Las Vegas. Se acercó a la mesa sin sonreír.
—Hadiya. Gracias por venir.
—No tengo opción, ¿verdad, Ahmed? —su voz era dura, apenas un susurro de rab