La última palabra de Senay, "culpable", resonó en el amplio salón con la frialdad de una sentencia. Ahmed estaba paralizado, su visión del mundo, un mundo donde él era el héroe trágico, hecha añicos.
En medio de la discusión de Ahmed y Senay, la alarma de la casa que captaba movimiento cerca se activó, haciendo un ruido estruendoso.
El sonido estridente rompió la burbuja de la confrontación psicológica, devolviendo a Ahmed a la realidad de su fuga. ¡Horus! Habían tardado menos de lo que había calculado. Su instinto primordial se activó: proteger la posesión.
Ahmed se apresuró a tomar a Senay, intentando asegurarla con una llave de brazo antes de correr hacia el arsenal oculto que había preparado. Pero la proximidad fue un error fatal.
La rabia y el terror de Senay se habían transformado en una concentración absoluta. Había visto la violencia de Ahmed; sabía que solo la fuerza bruta lo detendría. Durante el forcejeo, mientras él la sujetaba con un brazo por el talle, su mano derecha se