El castillo de Theros, tan antiguo como el propio linaje que lo habitaba, había resistido asedios, traiciones, incendios y siglos de política venenosa. Pero nada había preparado a sus muros para la llegada del hombre sin nombre.
Fue al anochecer, cuando las sombras ya cubrían los patios y las luces de las torres se encendían una a una. Las puertas de hierro forjado se abrieron sin previo aviso, y la guardia real, aunque lista, no pudo reaccionar. Él llegó escoltado por dos figuras encapuchadas, con un pergamino sellado con el emblema antiguo de los Fundadores de Theros: un emblema olvidado por todos… salvo por el Consejo.
El capitán de la guardia lo anunció con voz tensa:
—Ha llegado un emisario del Consejo Antiguo. Solicita audiencia inmediata con la reina madre, el príncipe heredero y… Lady Violeta Lancaster.
Isolde fue la primera en entrar al salón de los Juicios. Leonard llegó poco después, aún ajustándose los guantes, con el rostro endurecido por la sospecha. Violeta fue la últim