El amanecer no trajo alivio. Violeta permanecía de pie junto a la ventana, con la piedra negra entre los dedos, sintiendo cada arista como una advertencia viva. El lobo sobre lirios no era solo un símbolo: era una herida abierta, un recuerdo de que incluso el poder más leal podía esconder colmillos.
Cerys aguardaba en silencio al otro lado de la habitación. Ninguna habló por largos minutos. El silencio era espeso, cargado de decisiones aún no pronunciadas.
—¿Qué harás? —preguntó al fin Cerys, con voz rasposa.
—Aún no lo sé —respondió Violeta—. No puedo simplemente decírselo a Leonard. Aldren es como un hermano para él. Ha estado a su lado desde que eran niños. Si lanzo una acusación sin pruebas contundentes… podría volverse contra mí.
—Pero si esperas demasiado…
—Lo sé —interrumpió ella—. Si espero, podría ser demasiado tarde.
Cerró la mano en torno a la piedra.
—Necesito atraparlo. No solo con símbolos. Con palabras. Con actos. Necesito que se delate por sí mismo.
Durante el desayuno