La torre del ala norte no era una prisión oficial, pero sus muros lo sabían todo sobre cautiverios disfrazados de protocolo. Violeta, envuelta en una capa gris y sin joyas ni peinetas, caminaba en círculos dentro de la habitación redonda. Las paredes eran de piedra fría, el techo abovedado, y una sola ventana estrecha permitía que entrara la luz tímida de la tarde.
Habían pasado dos días desde su designación como Custodia del Pacto. Dos días sin saber si el reino estaba preparando su entrega… o su funeral diplomático.
Tocaron la puerta con discreción. El guardia anunció:
—El príncipe Leonard solicita entrada.
Violeta se volvió con el corazón en la garganta. Dudó un instante antes de autorizarlo.
Él entró solo. Sin escolta. Vestía de negro, sin insignias. Su rostro era el de un hombre que no había dormido. Ni perdonado.
—¿Has venido a traer la sentencia? —preguntó ella, de pie junto a la chimenea apagada.
Leonard cerró la puerta con un golpe suave. Caminó hasta el centro de la habitaci