El amanecer había traído consigo un cielo plomizo, una opacidad que presagiaba más que lluvia. El aire tenía ese espesor típico de los días en que algo está por quebrarse. Violeta despertó temprano, aunque apenas había dormido. Sus pensamientos, como cuchillos, se cruzaban en su mente con una urgencia que no le permitió cerrar los ojos más de una hora seguida. Elian, su madre, la carta, la torre, el susurro de muerte antes del equinoccio... todo parecía conspirar contra ella, como si los hilos de la historia estuviesen tirando de su cuello. Y, sin embargo, había una voz más que la llamaba con insistencia. Una que no podía ignorar por más que desconfiara. Leonard.
Desde la noche en que lo había cuidado en su enfermedad fingida, algo entre ellos había cambiado. No se trataba solo del juego de intereses o la atracción superficial. Era otra cosa. Un terreno nuevo, peligroso, donde los sentimientos y la estrategia se confundían. Donde el mínimo error podría costarle no solo el corazón, sin