Capítulo 99

El chirrido molesto del despertador interrumpió su tranquilo sueño, de un manotazo a ciegas lo apaga, da una vuelta en la cama para seguir durmiendo, pero rápidamente se incorpora al recordar que tenía cosas que hacer, cosas importantes le deparaban ese día. De un salto sale de la cama directo a la ducha, a los veinte minutos sale con una toalla blanca envolviendo su cuerpo y otra en la cabeza. Se viste sin darle mucha importancia a su aspecto, solo unos jeans oscuros, una camisa blanca, a fuera todavía llovía, por lo tanto, se calza unas botas con tacos y toma un tapado para cuando tenga que salir. Camina hacia la puerta anexa a la suya, da dos golpecitos y al recibir la respuesta se adentra en la habitación.

—Buen día —saluda Sofi sonriendo.

—Buen día —responde un Mateo somnoliento. Esto la hace sonreír aún más.

—Vamos a desayunar y después iremos a que conozcas la empresa de mi padre —le i***a, Mateo asiente y salen juntos de la habitación hacia el comedor donde ya se encontraba la abuela desayunando.

—Buen día, Nonna —saluda Sofi. La abuela abre la boca para contestar, pero Sofi la detiene—. En español —le indica.

—Buen día —suelta suspirando.

—Buen día, señora —habla Mateo.

— ¿Vas a salir? —le pregunta a Sofi ignorando por completo a Mateo. Sofi suspira y asiente con la cabeza.

-Si; voy a llevar a la empresa.

—Por qué vas a hacer eso? —pregunta horrorizada.

—Porque quiero que la conozcan.

—No creo que eso sea conveniente —expresa la mujer.

—No veo por qué no. Es mi hijo y el día de mañana también todo eso va a ser suyo —señala de manera despreocupada.

Su abuela se lleva una mano a la boca y ahoga un gemido.

—Eso es inaudito. Él no es un Stagnaro —brama.

—No empieces —advierte Sofi.

—¿Que no empezar qué? Es una empresa familiar. Nuestra sangre tiene que heredarla, no un extraño.

—Él no es un extraño, es mi hijo. Y no hay posibilidad que alguien de "nuestra sangre" —exclama gesticulando con comillas—, herede la empresa, ya que soy hija única y no puedo tener hijos propios —La abuela vuelve a soltar un gemido al escuchar eso—. No te hagas la que no sabias ahora. Sabe muy bien que no puedo tener hijos y ahora Mateo es mi hijo, le pese a quien le pese —sentencia—. Y no voy a hablar más del tema, mucho menos contigo —dicho eso, le prepara una tostada con sirope a Mateo zanjado el tema.

El niño alternaba la mirada de una a la otra, la abuela no pronunció más nada y Sofi la ignoró hasta terminar el desayuno. Mateo estaba agradecido y lleno de amor por como Sofi lo defendió y lo llamó hijo. Pero también estaba un poco dolido por la reacción de la abuela de su madre de corazón, él creyó que lo iba a recibir bien y que por primera vez iba a tener una abuela también; Sabe que se siente tener una familia numerosa, pero aparentemente eso no iba a ser posible para él. De todas formas, está más que feliz de tenerla a Sofi como madre. No había nada que lo hiciera sentir pleno que el saber que Sofi era su mamá, ella se sentía así y él también la sentía de esa manera.

Luego de desayunar en absoluto silencio, ambos salieron por las enormes puertas de la casa, para adentrarse en un Mercedez-Benz que los esperaban para llevarlos a la empresa familiar. El chófer les mantuvo la puerta abierta hasta que ellos subieron y se acomodaron. Minutos después salían de la residencia Stagnaro.

Al llegar a destino bajaron del auto, Sofi le indicó al conductor que los esperara en el estacionamiento del establecimiento, éste asiente y encamina para el lugar comandado.

Mateo tuvo que levantar demasiado la cabeza para ver el gigantesco edificio que se mostraba ante él. Enormes ventanales relucían dejando ver su reflejo y lo de los transeúntes. Sofi le tomó la mano y lo dirigió dentro. Cuando traspasaron las puertas giratorias, los ojos de Mateo se volvieron locos tratando de obtener todo lo que le ofrecía el lugar. Los pisos brillaban, hasta casi versos reflejados en ellos, sillones de cuero en color negro y blanco se ubican estratégicamente por el sitio. Cuadros pintorescos descansaba de manera perezosa en ciertos puntos de las paredes blancas. Escaleras de vidrio al igual que el balcón que dejaba ver el pasillo del segundo piso. Todo con un estilo modernista. Sofi se adentra como dueña del lugar (en realidad así era) hasta llegar frente a la recepcionista, era consciente de que la chica no iba a saber quién era, por lo que tenía que anunciarse. La recepcionista llamada "Alessandra" por lo que pudo leer Sofi en la etiqueta de su traje, llevaba una pollera de tubo azul, una camisa blanca y un saco del mismo color de la pollera. Era rubia con reflejos más claros y tenía los ojos color chocolate, unos grandes ojos chocolates.

—¿En qué puedo ayudarla? —indaga la joven con educación hablando en italiano.

—Soy Sofia Stagnaro —al escuchar ese nombre la mujer, Alessandra, abre grande los ojos

—; Quisiera ver al señor Vicente Torrielli, por favor.

—Sí, claro —asiente en cuanto sale de su congelamiento—. Un segundo, voy a ver si puede recibirla —Toma el auricular para anunciar la llegada de Sofi—. Tenga, señorita Stagnaro —le tiende la tarjeta de visitante—, es el piso 32. El señor Torrielli la está esperando —le indica con una espléndida sonrisa.

—Gracias, Alessandra —esboza tomándose atrevimiento de agradecerle llamándola por su nombre de pila conforme toma la mano de Mateo para caminar hacia el ascensor.

Cuando llegan al piso donde Vicente Torrielli la está esperando, una fuerte agonía y nostalgia la invade. Hacía mucho tiempo que no pisaba ese lugar y la última vez que lo hizo, fue después de la muerte de sus padres, hacia seis años de aquello ya.

La secretaria del señor Torrielli le da la bienvenida y la hace pasar a la oficina del vicepresidente de la empresa.

—Sofia, oh, quanto tempo é passato ( Oh Sofia cuanto a pasado) —exclama hablando en su idioma natal mientras se levanta de su sillón, para rodear el escritorio así la estrecha en brazos.

—Luego, Vicente ( Mucho tiempo, Vicente) —murmura en sus brazos. Una vez que se separan la observación de arriba abajo—. Habla en español, por favor —le pide antes que el hombre pueda decir alguna otra cosa.

—¿Ya no recuerdas tu propio idioma? —le pregunta sonriendo.

—No es eso —señala a Mateo y él lleva la mirada hacia el niño.

—Oh —hila en entendimiento.

—Mateo, él es Vicente Torrielli, el vicepresidente de la empresa y era el mejor amigo de mi padre —le hace saber Sofi—. Vicente él es Mateo. Mi hijo —El niño extiende su mano para saludarlo, pero el hombre está en estado catatónico, titubeando acepta su mano y luego sonríe.

—Tiene un agarre fuerte, todo un hombre —suelta, sin dejar de sonreírle al niño—. Pasen por favor, pónganse cómodos —Los llevan a un sofá negro que reposa en un lateral de la oficina, en vez de llevarlos a su escritorio—. ¿Cuántos años tienes? —le interroga, prestando toda su atención.

—9 años —le contesta como si fuera más grande.

—Oh —murmura y la mira a Sofi. Obviamente que las cuentas no le daban, si hace seis años ni siquiera estaba embarazada.

—Lo adopté —dice, sacándolo de su duda.

—Ahora tiene más sentido —suelta sonriendo.

—Sí —suspira Sofi.

—Apuesto a que Regina debe estar chocha con esta noticia —ironiza divertido.

—Ni te imaginas. Puso el grito en el cielo —Vicente se carcajea conociendo muy bien a la abuela de Sofi.

—No le des importancia, es un niño hermoso y va a ser un hombre fuerte, eso se ve a la legua —Palmea su rodilla—. Cuéntame. ¿Has venido a quedarte y hacerte carga de este imperio?

-No. De hecho, no sé cuánto tiempo voy a pasar aquí, pero dudo mucho que venga a la empresa. Mas que para visitarte —explica Sofi con un tono triste.

—Algún día tendrás que llevar las riendas de este lugar —le indica con cariño.

—Lo sé, pero por ahora estamos bien así.

—Como digas —acepta con comprensión. Él también en su momento, cuando su mejor amigo falleció, quiso dejar todo atrás, no obstante, gracias a su mujer y demás amigos, salieron adelante—. Tienen que venir a cenar a casa, Carmela va a estar muy emocionada al verte —Baja una nota la voz—. Te extraña muchísimo —Guía su mirada a Mateo— y, además, Helena y Marcelo van a estar muy contentos con conocer a tu hijo —nombra a sus hijos quienes tienen dos años más que Mateo.

—Yo también los extraño muchísimo.

—Entonces, no se hable más, ven a cenar esta noche a casa —asevera Vicente emocionado.

—Está bien. Me encantaría verlos a todos —observa a Mateo—; te va a encantar Carmela, la mujer de Vicente —le comunica sonriendo—; Helena y Marcelo son unos soles. Ya verás —Se acerca más al niño—, además, Carmela hace unas  cotolettas alla milaneses  (escalope) para chuparse los dedos —Los tres se ríen— y tienes que probar el  Babá  (biscocho cubierto de licor)

—No creo que sea bueno que él pruebe al  Babá,  mejor le digo que prepare  Tiramisú  de postre —interviene Vicente.

—No has probado Tiramisú, si no has comido el que prepara Carmela —le dice Sofi.

Sofi se encontraba feliz y alegre desde que habían llegado a Italia, sacando la nostalgia y el mal trago de su abuela, claro estaba.

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