Capítulo 100

Ya hacia más de dos horas que Ian se encontraba en frente de la residencia Stagnaro, descansando la espalda sobre un árbol, con los brazos cruzados al pecho, sin quitar la vista de la casa de los padres de Sofi. Un nudo en el estómago no lo dejaba pensar con claridad. Es consciente de que debe acercarse, llamar al portero y preguntar por Sofi. Hacer que ella lo escuche, que ella lo deje disculparse y decirle todo lo que en verdad siente por ella. Pero no es tan fácil para él, ya que no es muy bueno con las palabras cuando se trata de expresar sus sentimientos.

Dejando a un lado sus cavilaciones y temores, se acerca y llama al portero. Decide hablar en inglés, no sabe ni una palabra en italiano y entiende que el inglés es un idioma universal, alguno debe entender lo que dice. Una vez que se anunció, las grandes verjas se abren dejándolo entrar. Con pasos vacilantes se echa a andar por el camino hasta llegar a las puertas de la casa, donde un hombre de traje lo esperaba.

—Por aquí, por favor —le dirige el hombre hacia el interior del lugar, llevándolo a una gran sala—. La señora Stagnaro lo recibirá en un momento.

—Gracias.

Se acomoda en un sofá blanco, tratando de encontrar una postura para tapar su incomodidad, pero no obtiene resultado alguno. A los pocos minutos, que para él fueron una eternidad, se hace escuchar los golpes de tacones rebotando en el suelo de mármol. Ian levanta la mirada y observa a una mujer mayor y elegante acercándose al lugar.

—Me han dicho que busca a mi nieta —Es lo primero que sale de la boca de la mujer, obviando la cordialidad de comenzar con un respetado saludo.

—Así es, señora Stagnaro —contesta el rubio levantándose del sofá.

—Y usted es? —curiosoa con soberbia.

—Ian Russell. Un amigo de su nieta —responde con palpable incomodidad por el tono despectivo de la mujer.

—Ella no se encuentra en este momento —Lo mira de arriba abajo—. ¿Es argentino?

—No, señora. Norteamericano —clava los ojos en los suyos, ya no gustándole nada esa mujer—, pero vivo en Argentina, al igual que su nieta.

—Ya veo —Ella camina hacia el sofá que se encuentra al frente de donde él se encontraba y se sienta con suma elegancia—. ¿A qué se dedica señor… —deja en el aire el nombre como si no lo recordara.

—Russel —acota—. Soy policía.

—Hum —Levanta una ceja—. ¿Y mi nieta a que se dedica en ese país? Además de criar a un hijo ajeno —Ese desprecio para con Mateo le hizo hervir la sangre, pero se contuvo de decirle cuatro cositas y mantuvo la postura.

—Ese hijo no es ajeno, es el hijo de su nieta —le aclara

Regina arruga la frente.

—No tiene nuestra sangre.

—A veces no es necesario llevar la misma sangre para sentirse en familia —refuta el rubio.

—Eso es ridículo. Hacerse cargo de un chico de la calle, en vez de tener hijos propios que lleven si sangre —escupe con asco.

—Ella no puede tener hijos propios —sisea Ian perdiendo la paciencia.

—Sí, sí —Mueve la mano quitándole importancia—. Por lo de Marco, ya sé esa historia. Pero ella es joven y hay muy buenos médicos que pueden ayudarla con el tratamiento adecuado.

— ¿Qué pasó con Marco? —le cuestiona de malos modos.

—¿No te lo contó? —pregunta regocijándose.

—No —admite.

—Tuvo un accidente.

— ¿Qué clase de accidente? —interroga pensando lo peor.

—Vaya, vaya. De verdad es policía —se burla la mujer.

— ¿Qué clase de accidente tuvo? —repite entre dientes.

—La golpearon y…

—Eso no es un accidente —interrumpe Ian.

—Le quisieron robar o lo hicieron, algo así. Fue hace mucho que no lo recuerdo —le resta importancia, provocando que Ian vea todo rojo—. Ya pasó tiempo, además, ella no quiso hacer la denuncia y todo quedarse allí.

—¿Por qué no quiso hacer la denuncia?

—No lo sé, ella estuvo en el hospital varias semanas para recuperarse, estaba muy golpeada, casi desfigurada —Ian segundo cierra los ojos por un largo tratando de normalizar su respiración— y Marco estuvo con ella y no quisieron hacer nada ninguno de los dos. Yo pienso que fue mejor así, quizás…

—¿Por qué Marco no quiso hacer la denuncia? Si era su pareja debería haber hecho algo para apoyarla y para que los malditos que le pegaron paguen por eso —escupe con los ojos brillando de la rabia.

—Marco dijo que era mejor no hacer alarde para no hacer mediático nuestro apellido.

La respuesta de la mujer hizo que Ian se levantara del sofá de un salto y gruña, asustándola.

— ¿Quién es ese Marco? —sisea totalmente perdida en sí.

—Soy yo —se escucha a metros de ellos. Ian se gira a mirarlo y Regina se levanta rápidamente con los brazos abiertos, corriendo hasta él.

—Marco, querido —le da dos besos al aire—, que bueno que atendiste mi llamado.

Ella hablaba, pero los hombres no se quitaban la vista de encima. Ian recordó lo que Tony le contó sobre el hombre que ahora estaba frente a él. Le contó que no amaba a Sofi y que la había utilizado, despreciado y engañado, estaba a un paso de cometer una locura, cuando escucha la voz alegre de Sofi no muy lejos de ellos estaban.

—Sofi —susurra mirando hacia donde provenía su voz y comienza a caminar hacia allí bajo la atenta mirada de Regina y Marco

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