Capítulo 95

Años atrás

Sofi observaba sus lentes partidos y su libro caído y húmedo por el agua. Se estaba poniendo roja de la rabia. Se apresuró a levantar su libro y lo sacudió para que el agua no hiciera más daño.

—Ten más cuidado —espetó sin siquiera mirar al niño.

—Lo siento —se disculpó el joven observándola con una media sonrisa. Sofi levantó la vista hacia él y se quedó mirándolo directo a los ojos. Aquel joven era muy guapo; sus ojos eran azules, su pelo rubio, su piel estaba media colorada por el sol, vio su boca que se movía, pero no escuchaba lo que decía, hasta que él le puso su camisa sobre su boca; el perfume envolvió sus fosas nasales y por instinto inspirado profundo—. Te sangra la nariz —escuchó.

En ese momento, se dio cuenta lo que el joven le estaba diciendo y por qué le había puesto su camisa en el rostro.

—Estoy bien —dijo, tratando de no quedar como una loca. Le quitó la mano y tomó ella su camisa, limpiándose por sí misma.

El niño le sonríe de costado prestando atención a sus movimientos. Se agachó y tomó las lentes rotas.

—Creo que te debo uno nuevo.

—No importa, tengo otro de repuesto.

Sofi le devolvió su camisa manchada con sangre queriendo salir de ese lugar lo antes posible, estaba muy avergonzada.

—No, quédatela. Tengo otro de repuesto —le suena el joven.

-¡Ey! —Le gritó uno de sus amigos al niño haciendo girar—. ¡Trae la pelota de una vez!

Sofi aprovechó ese descuido para, prácticamente, salir corriendo de allí. Con pasos largos y rápidos escapó de él.

Cuando el niño se giró para hablar de nuevo con ella, solo le alcanzó a ver la espalda, la niña iba a plena huida. Él solo negó con la cabeza y sonriendo, había sido un encuentro bastante cómico.

La joven llegó al hotel y se apresuró a ir al baño, pero antes de llegar, su madre la interceptó.

— ¿Qué te pasó? —preguntó levantándole la barbilla para ver su nariz—. ¿Qué les pasó a tus lentes? —cuestionó al ver que tenían el lente partido.

—Nada; unos chicos estaban jugando con una pelota y me golpearon sin querer. Solo fue un accidente.

—¿Segura que estás bien? —indagó acariciando su rostro.

—Estoy bien —aseveró antes de entrar al baño.

Sofi se miró frente al espejo y su nariz se había hinchado un poco y estaba algo morado, ni con maquillaje iba a poder disimular el accidente, miró la camisa del niño que todavía llevaba en su mano y sin querer evitarlo la olió cerrando los ojos, respiró profundo y lanzó la camisa al cesto de la ropa sucia. Después de ducharse, se puso un poco de maquillaje tapando bastante el color morado, aunque con la mejorada no iba a poder hacer nada. Por un momento maldijo al chico que la golpe ya la maldita pelota; Tenía una cena con sus padres e iba a estar con la nariz hinchada, después recordó el rostro de ese joven y su enfado se fue. Era muy guapo, a pesar de haberla golpeado.

Para la hora de la cena, ellos habían partido a un restaurante con vista a la playa, Sofi se estaba enamorando del lugar, habían elegido una mesa afuera y se podía sentir el aroma a mar. La noche estaba cálida con un ligero viento que refrescaba lo justo y necesario. Habían terminado de cenar y las mujeres se reían de las anécdotas que contaba su padre, cosas que pasaban dentro de la empresa o, más bien maldades que hacía socio Vicente, cuando a Sofi se le da por mirar a unas mesas que había más allá. El joven rubio que la había golpeado con la pelota la observaba sonriendo, divertido al verla reír. Sofi miró la compañía del chico, estaba con dos personas mayores, de seguro eran sus padres y otros dos chicos de la misma edad, uno rubio como él y otro de pelo castaño.

«Podrían ser sus hermanos, quizás», pensó.

—Sofi —llamó su padre devolviéndola a su mesa—. No te cantaremos, pero si tendrás tu pastel de cumpleaños —le hizo saber al tiempo que un mesero les dejaba su pastel prefiero sobre la mesa con una vela encendida.

—Debes pedir un deseo antes —se apresuró a decir la madre cuando vio que su hija estaba por apagar la vela.

—Ya lo hice, mamá —dijo, mostrando una sonrisa.

—Tenemos tu regalo en el hotel, no queremos que mueras de vergüenza —bromeó su padre.

Comieron el pastel entre más risas; Ese estaba siendo el mejor cumpleaños, a pesar de no pasarla con sus amigas. Sin duda no podía pedir más de sus padres.

Ella vio de soslayo que el joven la seguía mirando conforme el otro chico quería llamar su atención, pero estaba siendo ignorado de manera olímpica.

—¿Puedo ir a la playa? —preguntó queriendo salir de la mira de ese niño que le estaba incomodando.

—Claro, pero no te alejes que pronto nos iremos a caminar —expresó su padre.

Ella se apresuró a salir de la vista del niño que la incomodaba, se quitó las sandalias y caminó por la arena hasta encontrar una duna en donde se sentó a mirar hacia el mar.

Cerró sus ojos y se dejó llevar por la tranquilidad de la noche y las olas.

— ¿Se puede? —La chica abrió los ojos, miró a su lado y se acercó en silencio—. Quiero pedirte disculpas otra vez por lo de esta tarde.

—No hay problema; Estoy bien.

El chico miró su nariz y por instinto, la joven desvió su mirada.

— ¿Encontraste tu repuesto de las lentes? —le preguntó tratando de sacarla de la incomodidad.

-Si. ¿Encontraste tu repuesto de camisa?

El niño llamativamente y se estiró su camisa.

—Sí —dijo mostrando una mirada pícara.

—No eres de aquí, ¿verdad?

—No; tú tampoco, ¿no?

—Soy de Italia.

—Yo de Estados Unidos… ¿Están aquí por tu cumpleaños? —preguntó el chico habiéndose dado cuenta del pastel y la vela.

—Un poco por eso y otro poco por vacaciones y, ¿tú?

—Solo de vacaciones. No quería venir solo con mis padres, así que mi primo y amigo nos acompañaron —explicó, señalando con la vista hacia donde se encontraba su familia.

 Sofi miró hacia ese lugar y después a sus padres, ellos se estaban levantado de la mesa y su madre la buscaba con la mirada, cuando la vio, le sonó y le hizo señas para que se acercara a ellos.

—Debo irme —se apresuró a decir.

El chico la quedó mirando como si le hubiera llegado tarde la información y ella se apresuró a correr hacia sus padres.

—Ni siquiera sé su nombre —murmuró para sí mismo viéndola correr.

Esa era su última noche en Ibiza, ya que, al día siguiente, por la tarde, volverían a Estados Unidos y él ni siquiera había conseguido su nombre. 

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