Años atrás
Sofi observaba sus lentes partidos y su libro caído y húmedo por el agua. Se estaba poniendo roja de la rabia. Se apresuró a levantar su libro y lo sacudió para que el agua no hiciera más daño.
—Ten más cuidado —espetó sin siquiera mirar al niño.
—Lo siento —se disculpó el joven observándola con una media sonrisa. Sofi levantó la vista hacia él y se quedó mirándolo directo a los ojos. Aquel joven era muy guapo; sus ojos eran azules, su pelo rubio, su piel estaba media colorada por el sol, vio su boca que se movía, pero no escuchaba lo que decía, hasta que él le puso su camisa sobre su boca; el perfume envolvió sus fosas nasales y por instinto inspirado profundo—. Te sangra la nariz —escuchó.
En ese momento, se dio cuenta lo que el joven le estaba diciendo y por qué le había puesto su camisa en el rostro.
—Estoy bien —dijo, tratando de no quedar como una loca. Le quitó la mano y tomó ella su camisa, limpiándose por sí misma.
El niño le sonríe de costado prestando atención a