Una vez arriba, ella lo lleva a donde de seguro el mayordomo puso sus valijas. Si las cosas no habían cambiado, lo iban a poner a Mateo en una de las habitaciones de huéspedes cerca de la suya.
—Esta va a ser tu habitación —le indica Sofi al niño abriendo una puerta para mostrar su interior.
—Wow —hola el niño.
La habitación era dos veces más grande que la que tenía en el apartamento de Sofi. Las paredes sin rastros de humedad, ni de ninguna clase de manchas blancas. La alfombra de pelo largo, de color azul claro no dejaba ver el color y la especie del suelo. La cama era enorme, con edredón celeste con bordes dorados y llenas de cojines, daba vértigo de perderse entre todos ellos.
—Sí, vaya —murmura Sofi—. ¿Quieres quedarte aquí o dormir conmigo en mi habitación? Es la puerta siguiente —le hace saber.
—Me quedo aquí —asegura Mateo.
—¿Seguro? Porque puedes dormir conmigo, ya vez que las camas son enormes.
—Seguro —afirma y suspira al verlo dar unos pasos más adentro tratando de abarcar toda la habitación con la mirada.
—Mateo —lo llama.
-¿Mmm? —Lo toma de la mano y lo lleva a la cama sentándose en el borde de esta.
—Quiero pedirte disculpas por la escena de mi abuela, no sé si entendiste lo que hablamos, pero ojalá que no, porque no fue nada agradable —Sofi está a un paso de las lágrimas, pero no va a dejarlas salir hasta que estuviese oculta en su habitación.
—Está bien, Sofi; ya me habías avisado que ella no era fácil —Ella le sonríe y le besa la frente.
-Si. Ya te había avisado —Suspira—. Bueno, será mejor que descansemos, fue un viaje largo, luego nos podemos levantar e ir a pasear por las calles de Milán y ver lo último de la moda —habla en tono gracioso, imitando una mujer estirada y Mateo se ríe ante aquello—. Bien, a dormir —Ambos miran la cama, más bien miran los cojines y luego se miran—. Da lástima sacarlos, ¿verdad? —Mateo oriental—. O son los cojines o eres tú —Le señala divertido el pecho.
—Soy yo —canturrea y se abalanza sobre los cojines provocando que se desparramen por la cama y en el suelo.
Sofi comienza a reír y los tira por toda la habitación. Luego de jugar con los cojines, la joven le acomoda la cama, mientras Mateo está en el baño cambiándose para poder dormir un poco. Cuando este se puso el pijama que consistía en un short gris y una camiseta de básquetbol (pijama elegido por él) sale del baño y camina hacia la cama, ya lista y acogedora que le prepara Sofi. Ella lo acurruca entre las sábanas y luego le besa la frente para dejarlo descansar.
—¿Sofi? —la llama antes de que ella pudiera cruzar la puerta para salir de la habitación.
-¿Si? —atiende girándose para mirarlo.
—Tu abuela no me quiere, ¿verdad?
Esa pregunta hizo que Sofi se atragante con su propia saliva. Tomando coraje y aire, se dispone a contestarle tratando con la verdad.
—Mi abuela no quiere a nadie, al menos que tenga una cuenta en el banco que supere los cinco millones de euros —Le responde y luego sonríe al ver como Mateo abre muy grande los ojos.
—¿Por eso vive sola en esta enorme casa? —interroga al niño.
—Supongo que algo de eso debe haber —lo mira y le nota que no está muy cómodo en este lugar—. Mati, no te preocupes, ya nos va a aceptar en su vida y si no lo hace —se eleva de hombros—; ella se lo pierde.
—Si ella no te acepta nunca, ella se lo pierde —esboza Mateo logrando que Sofi se sienta orgullosa de él.
—Al igual que a ti, Mati —se queda unos segundos mirándolo—. Oye, ¿quieres quedarte aquí o quieres que vayamos a un hotel? Digo, ¿te sientes cómodo aquí? Si no tranquilamente, luego de dormir un poco nos largaremos a un hotel. Como tú quieras —sugiere, realmente preocupada por la estadía del niño.
-No. Aquí está bien; es tu casa y eso me gusta —contesta con sinceridad.
— ¿Estás seguro? ¿Estás cómodo? Porque si no, podemos largarnos.
—Estoy bien, Sofi… ¿Tú estás bien con estar aquí? —esa pregunta la hace dudar más de lo que debería.
—Yo estoy bien —miente. Ella no está bien, no quiere estar cerca de su abuela después de la bienvenida que les dio. No le gustó nada que hablara así de su hijo y tiene mucho miedo que le haga sentir mal con algunas de sus estúpidas ideas narcisistas y de clases sociales—. Descansa —le desea y cierra la puerta tras ella para dirigirse a su habitación.
Su habitación no había cambiado absolutamente nada, sus paredes son de color pastel, su enorme cama con edredón blanco que, al igual que la cama de Mateo, también llena de cojines. Su escritorio todavía en la misma esquina, con sus adornos, espejo y portaretratos de sus padres y otro de ella con sus padres, en un viaje que hicieron a Ibiza, fue el único verano que tuvieron en familia cuando ella tenía 15 años, los demás veranos, su padre siempre trabajo y jamás tuvo tiempo para ella o para su madre. Recordando ese verano, ella camina hasta la valija y saca su pijama de Jack Skelligton, luego va hacia el baño a cambiarse, una vez que terminó sigue hacia la cama, se adentra en ésta y su mente, esta vez, la llevan al hombre que más de una vez invadió sus sueños. Ian. Sin poder evitarlo un sollozo de escapada desde su pecho y todo lo que pasó en los últimos cuatro días, desde que apareció el padre biológico de Mateo hasta la disputa que tuvo con su abuela momentos atrás, todo se arremolinó en su pecho ahogándola en la angustia, la tristeza y el amor no correspondido. Después de llorar un poco más de una hora, quedó dormida hecha un bicho bolita en el centro de la cama.