Después de un largo y extenuante día de trabajo, al fin Sofi podía marcharse a casa. Camina por las calles apenas alumbradas, hasta conseguir un taxi. Por suerte, no tuvo que esperar mucho para encontrar uno.
Todo el viaje fue pensando en la suerte que tenía por haber encontrado a Mateo y, por supuesto, también a Ian. Estaba feliz por el giro que había dado su vida en tan poco tiempo, aunque temiera que algo le pasara a Ian cada vez que debía ir al trabajo; de todas maneras, el rubio sabía cómo compensarle al cumplir con sus fantasías.
Una vez que estuvo frente a su edificio, hurga en su cartera por las llaves, había estado tan inmersa en sus pensamientos que olvidó buscarlas antes de bajar.
—Hola, Señorita Stagnaro —esa voz áspera y masculina resuena en su espalda, provocando que el vello de la nuca se erice con desagrado y temor. El hombre le toma el brazo y la obliga a girar quedando a pocos centímetros de su rostro—. Sabes a qué he venido, ¿verdad? —pregunta logrando que las piernas de Sofi temblasen de manera escalofriante—. No tengas miedo —murmura al notar las lágrimas de la joven luchando por escapar—… Tranquila; si me das lo que pido, no te pasará nada —dice, pasándose la lengua por los labios.
Sofi se estremece de repugnancia.
—No sé qué quieres —articula con voz temblorosa.
—Yo creo que sí; sabes quién soy, ¿no es así? —Ella asiente en silencio—. Entonces sabes por lo que he venido.
—Él ya no es tuyo; es mío legalmente.
—No lo quiero a él —entona quitándole importancia—, pero sé que tú sí. Por eso me vas a dar lo que quiero o te lo quito como solo yo sé hacerlo —le susurra cerca del oído y a Sofi se le sube la bilis a la garganta amenazando con vomitar cualquier cosa sólida que haya ingerido en las anteriores cinco horas y está segura que hasta lo de ayer podía perder.
—¿Qué quieres? —pregunta mostrando una valentía que no tiene.
—Sé quién eres —comenta sonriendo y ella lo mira sin comprender—. Que ingenua que eres, muchacha —Pasa un dedo por su rostro y luego abre la mano para tomar su cara por completo y apretarla contra la pared. Ella pega un grito ahogado por el miedo y la sorpresa, pero el hombre la hace callar apretándole el cuello con la otra mano—. Sé que tienes mucha metálica, así que quiero un buen pago por haberme sacado lo que era mío y luego de eso, no nos volveremos a ver —Las lágrimas comenzaron a caerles por las mejillas; él estaba vendiendo a su único hijo, jamás lo quiso, jamás tuvo intenciones de quedarse con Mateo, solo quiere dinero. Dinero que Sofi podía otorgarle, el mismo dinero que ella odiaba tocar—. ¿Qué dices muchacha; tenemos un trato? —pregunta, haciendo más fuerte su agarre en el cuello. Aguantando un gemido de dolor y cerrando los ojos para que dejaran de caerle las lágrimas, asiente de forma energética—. Quiero oírlo —gruñe.
—Te…tenemos un trato —responde con la voz entrecortada.
—Buena chica —La suelta y da unos pasos hacia atrás—. Quiero tres millones para el fin de semana o lo van a lamentar.
Se gira para irse, pero la voz de Sofi lo detiene.
—Es mucho dinero y muy poco tiempo —solloza.
—Lo conseguirás —afirma y se gira de nuevo para marcharse.
Ella cae de rodillas al suelo, frotándose con una mano el cuello, donde minutos antes la tenía agarrada aquel hombre, llorando por lo sucedido. Su cuerpo tiembla y convulsiona, sus sollozos no paran y sabe bien que tiene que entrar, que Mateo la está esperando; sabe que tiene que calmarse y no exponerse delante del niño. Sin embargo, todo eso era fácil decirlo, pero muy difícil hacerlo. Tomando aire tan hondo provocando que sus pulmones ardan, se dispone a levantarse y calmarse para acercarse a Mateo. Él no tiene que saber nada, jamás tiene que enterarse de lo que acaba de ocurrir. Por lo tanto, ni siquiera Ian debe saberlo. Tiene que ir al banco y sacar ese dinero sin llamar mucho la atención y tratar de entregárselo con el plazo que le dio. No va a ser fácil, nadie le asegura que no vuelva a extorsionarla, pero por el momento tiene que hacer lo que ese malvado hombre le pidió y así mantener a salvo a Mateo.
Calmándose lo mejor que pudo se instó a meterse en el ascensor y subir a su apartamento. Ya en la puerta, vuelve a respirar profundo varias veces y, cerrando los ojos, se adentra. Suelta un suspiro audible cuando nota que Mateo está en su habitación con la música.
Se dirige hacia la cocina para preparar la cena y aprovechar ese acto para poder dejar de temblar, dejar de pensar en lo sucedido y tratar de ocupar su mente en otra cosa.
A la media hora, ya casi faltaba poco para tener la cena lista, aparece Mateo mirándola extrañado.
—¿Por qué no fuiste a avisarme que habías llegado? —reclama con el ceño fruncido.
Ella se gira y le sonríe, pero su sonrisa no llega a sus ojos y Mateo se da cuenta de ese detalle.
—Bueno, es que estabas muy ensimismado con la música y no quería interrumpir —Se acerca a él, le besa los cabellos y luego sin poder evitarlo lo estrecha en sus brazos con fuerza.
—¿Estás bien?
—Muy bien —Suspira mirándolo a los ojos—. Hice tu comida favorita: Pizza cacera a la calabresa —anuncia con un tono italiano haciéndolo sonreír.
—¿Pongo la mesa?
—Sí, por favor. En realidad, no —Arruga la nariz y pone un dedo en su barbilla—. Vamos a comer en el sofá; hoy hay una maratón de The Vampire Diaries —comenta.
Mateo rueda los ojos haciendo que ella suelte una sonora risa.
—No entiendo que le ven a ese tal Dimon Salvatodo, o como sea que se llame —masculla, mientras se dirige a buscar los vasos y servilletas.
—Hey, se llama Damon Salvatore. Y es muy guapo —asevera Sofi.
—¿Más que Ian? —indaga con intención, elevando una ceja.
—Eso es trampa.
—¿Por qué?
—Porque Damon es un vampiro, es de ficción e Ian es de verdad —responde con ojos soñadores, casi está olvidado lo que pasó hace una hora atrás fuera del edificio y no va a dejar que eso le llegue a Mateo.
—Ese hombre existe de verdad, no será un vampiro en la vida real, pero sí existe al igual que su hermano Estefan —argumenta con seriedad, tal es así que Sofi se carcajea al ver que Mateo está defendiendo a Ian—. Además, ¿para qué quieres un vampiro si ya tienes un querubín? —bromea recordando la manera en que lo llama Gaby.
—Es verdad, no necesito al chico malo —concuerda.
Ambos van a acomodarse en el sofá para cenar y ver el maratón de The Vampire Diaries en un agradable estado armonioso.
—Por cierto —Mateo rompe el silencio luego de media hora—. ¿Por qué Ian no te trajo?
—Trabajo —responde tomando un sorbo de gaseosa—… y no me hagas acordar que me pone nerviosa saber que está ahí afuera —esboza, mirando el reloj y ver que ya pasaban de las diez de la noche y no tenía noticia del rubio.
—Ja, ahora teme por Ian y hace un rato se estaba babeando por el vampirito ese —ironiza el niño.
—Hey, que yo no me babeo.
—Seguro —La mira y entorna los ojos—. ¿De verdad estás bien?
—Sí, Mati; estoy bien.
Él no le cree mucho, pero la deja, sabe que en algún momento le dirá qué es lo que pasa. Así como él en algún momento le contará sobre los contratiempos con Aye.