En medio de una balacera, en un edificio abandonado a las afueras de la ciudad, se encontraban Gaby, Ian y sus compañeros. Lo que al principio fue una redada, se había convertido en una auténtica batalla campal. Ian se encontraba detrás de unos pales disparando a sus opositores. A su lado, Gaby lo secundaba y también cubría su espalda; al notar que uno de los socios subía las escaleras «seguramente para escapar en el helicóptero que se hallaba en el techo», se levanta para seguirlo.
—Voy tras Arias —le grita a Ian.
—Te cubro.
Gaby sale disparado hacía las escaleras. En el segundo piso, la puerta que da paso a este se abre sorprendiéndolo y algo duro impacta contra su rostro dejándolo medio atontado. Gaby sacude su cabeza para focalizar y ve que lo que lo había golpeado había sido un puño, cuyo dueño medía casi dos metros y era como un armario de grande. Hombros anchos, músculos por doquier, una cicatriz en el pómulo izquierdo y el pelo oscuro casi rapado.
El morocho después de escanea