Ian intenta comunicarse con Sofi. Era la tercera vez que el teléfono de su mujer lo mandaba al buzón de voz; maldiciendo y jurando en voz alta, deja caer el celular en el asiento del acompañante. Había hablado con Sofi días anteriores en comprar un celular para darle a Mateo, ya era hora que podía comunicarse con el niño en el momento que sea necesario y ese era justo el momento, sin embargo, nunca llegaron a concretar ese pensamiento. Ahora escupía un glosario de palabrotas por no ir directo y comprar ese maldito celular por su cuenta y no hacerle saber a Sofi hasta que llegara a la casa con el bendito aparato. Ni siquiera tenía un teléfono en la casa, ¿quién llama hoy en día a las líneas fijas? Frustrado, toma de nuevo el celular y otra vez marca el número de Sofi para que de nuevo sea despedido al buzón, sacando letanías golpea el volante con un puño. Sus nervios estaban haciendo estragos, no podía no pensar mal, su lado de policía siempre le hacía pensar lo peor de las situaciones y esta era una de esas.
—Mierda, Sofi. ¿Dónde carajo te metiste? —gruñe pasándose una mano por la cabeza alborotando su pelo.
Cambia la marcha y pisa el acelerador para llegar más rápido a su casa esperando, deseando y, rezando, que Sofi esté allí acomodando sus pertenencias, de seguro estando tan concentrada como para que no haya escuchado el celular como para atenderlo.
A los veinte minutos llega a su casa, abre el portón automático con el control de mando sin bajar del auto, golpeando los dedos en el volante, tratando así que, de manera inútil, el portón se abra más rápido; al llegar a la entrada, se apresura a bajar del vehículo y corre hacia la puerta y, ya siente una opresión en el pecho, sin siquiera abrir la puerta de entrada, por alguna extraña razón, sabe que Sofi no se encuentra en ese lugar. Pero no se deja amedrentar; corre hacia dentro y se apresura escaleras arriba en busca de su mujer.
—¡¡Sofi!! —grita subiendo de a dos en dos los escalones—. ¿Sofi, dónde estás? —grita de nuevo—. Vamos, Sofía.
La puerta de la habitación de Mateo se abre como una ráfaga dejándola ver al niño con el ceño fruncido.
—Ella no llegó todavía —le hace saber e Ian frena sus pasos, clavándose en el suelo y mirándolo como si al chico le hubiera salido una segunda cabeza.
— ¿Cómo que no llegó? —ladra inspirando hondo el espeso aire—. Ya debería estar aquí.
Mateo niega con la cabeza.
—No está aquí—El niño entrecierra los ojos para mirarlo con más atención y nota la preocupación brillando en los ojos azules de Ian—. ¿Qué está pasando?
—No lo sé —murmura el rubio.
—¿Discutieron? —indaga el niño, era raro no saber nada de Sofi, aunque también era extraño que lo dejara solo si tuvo alguna discusión con Ian, no obstante, debía preguntar.
-No; nada de eso —Ian lo mira a directo a los ojos—. Yo no le haría daño a tu madre, Mateo.
El niño está sentado con compresión y acepta lo que el rubio le está prometiendo.
Ian toma su teléfono que guardaba en el bolsillo de atrás de sus jeans y comienza a marcar de nuevo.
—¿Puede que se haya retrasado en su apartamento? —El niño intenta aportar alguna idea.
Aunque Mateo quería pensar que todo estaba bien, por dentro sabía que eso no era ni remotamente posible y peor era su duda al mirar como Ian temblaba por la rabia y el miedo. El rubio sentía miedo, estaba aterrado y no podía ocultarlo, y eso no le hacía sentir mejor a Mateo, ya que nunca vio temor en ese gran hombre de porte duro que se encontraba parado frente a él. Y dudaba mucho que en alguna ocasión ese hombre sentiría miedo, no obstante, en ese momento todo lo que pensaba sobre el hombre policía era irrelevante.
—Mierda —vocifera el rubio al ver que su llamada seguía siendo derivada al buzón de voz. Gira su mirada hasta Mateo y se da cuenta que lo está preocupando de más y trata de calmarse, al menos de manera visible para no llevar a la locura al pobre niño también—. Es probable que tengas razón —trata de sonar impasible, pero fracasa de manera épica—. Voy a buscarla al apartamento, es posible que no haya encontrado un taxi para volver —Estaba a punto de girarse y marcharse, sin embargo, primero tenía que asegurarse de que Mateo estuviera bien—. ¿Te quedas aquí? Voy a llamar a Lina para que venga —Ian sabe a la perfección que el niño tiene un lazo especial con la mujer de su primo y que no va a tener problemas en que ella, sin siquiera preguntar, esté en nada de tiempo para ocuparse del niño—. Ella viene, por si tardamos más de la cuenta, no quiero dejarte solo —Deja escapar un pequeño suspiro—. Es muy seguro que esté arreglando alguna cosa con el propietario del apartamento —Pone una excusa vaga, una más cerca de la cual puede mentirle y sentir que de seguro esa fuese una verdad. Al menos eso espera en lo profundo de su ser.
—Está bien —solo responde Mateo con un encogimiento de hombros, tratando de no demostrar que ya estaba preocupada por su madre.
—Perfecto, voy a dejarle a Lina las llaves dentro del buzón ya avisarle que prepare algo para comer —Lo mira directo a los ojos—. Estoy muy feliz de estar viviendo conmigo. Ahora somos una familia.
Los ojos de Mateo comenzaron a brillar por la conmoción. Ian sin poder evitarlo extiende un brazo y lo lleva hasta él dándole un fuerte abrazo de hombres, de esos que son más palmeadas de espalda, todavía le cuesta saber cómo manejarlo, no sabe si tratarlo como un niño pequeño o como un adolescente, por lo que la mayoría de las veces siempre vacilaba cuando tiene alguna muestra de afecto que quiera sobresalir de su interior.
—Cualquier cosa que pase con mi mamá, por favor no me dejes afuera —aclama Mateo con firmeza mientras su rostro sigue pegando en el pecho de Ian.
Él rubio se separa lo suficiente para poder verlo a los ojos.
—Ya eres un hombre —Sonríe de medio lado al tiempo que le revuelve los cabellos—. Siempre voy a decirte cuando algo este mal —le promete.
—Gracias.
—Gracias a ti —Mateo levanta las cejas de manera interrogativa e Ian se ríe al ver ese gesto.
—¿Por qué?
—Porque, aunque no lo creas eres un cable a tierra en nuestra relación.
El niño asiente entendiendo lo que ese hombre rudo le estaba queriendo decir en pocas palabras y se lo demuestra dejándole una sonrisa, pequeña, pero muy significativa. Mateo se queda viendo cómo el rubio bajas las escaleras a toda velocidad, es muy frustrante tener que quedarse sin saber nada, tener que esperar para saber alguna cosa, la incertidumbre le iba a comer la cabeza hasta que sus padres de corazón llegaran, eso lo tenía bien presente. Dejando salir un suspiro, decide volver a su habitación a componer un poco de música tratando con eso no pensar en lo que estaba sucediendo, no al menos hasta que lleguese Lina.