Capítulo 102

Cuarenta minutos después los dos estaban listos y saliendo a toda prisa de la casa para ir al hogar de Vicente. Mateo estaba nervioso por conocer gente nueva y Sofi estaba emocionada por ver a la familia del señor Torrielli, a los cuales hacía muchos años que no los veía y lo mejor de eso, era que iban a conocer a Mateo. Y estaba segura que lo iban a adorar, al igual que ella lo hace.

—Pase, señorita Stagnaro —le dedica la ama de llaves de la villa Torrielli—. Bienvenida.

—Gracias.

—Sofi, Mateo. Bienvenidos —los reciben a Vicente con alegría.

—Gracias, Vicente. Es un placer estar en tu hogar.

—Sofi —chilla Carmela entrando en escena—; por Dios, cuanto ha crecido —se abalanza hacia ella y la estrecha en sus brazos.

—Me alegra mucho volver a verte, Carmela, los eché tanto de menos —Sus lágrimas aglomeran en sus ojos, pero con un par de parpadeos las hace desaparecer.

—Y tú debes ser Mateo —exclama la mujer prestando su atención al niño.

—Sí, señora —afirma Mateo.

—Llámame, Carmela, Mateo —le pide sonriendo.

—Sí, Carmela —ella le besa la mejilla y acaricia su cabello.

—Vamos. Voy a presentarte a Helena y Marcelo.

Carmela lo i***a a caminar y se dirigen al salón donde están los niños.

Para sorpresa de Mateo, los hermanos eran gemelos. Rubios, de ojos castaños (iguales a los de su madre) con varias pecas desparramadas por sus narices. Luego de las presentaciones se acomodaron en la mesa para cenar. Al término de la cena, con una charla de reencuentro de por medio, pasaron a la sala a tomar café, los chicos se dirigieron al salón de juegos, por lo que los grandes quedaron solos para así poder hablar de lo que en verdad Carmela quiere sacar a coalición.

— ¿Quién ese hombre? —interroga después de tomar su taza de café, mirando fijamente a Sofi.

—¿Qué hombre? —pregunta desconcertada.

—El que hizo que volvieras aquí —suelta la mujer.

—Confiesa, Sofi, sabes que Carmela es buena para las cosas del amor —interfiere Vicente adulando a su mujer.

—Lo sé —Sonríe Sofi—. Hay un hombre, es verdad, pero no vine exclusivamente por él, que admito que me estoy escapando de la realidad al venir aquí.

— ¿Qué fue lo que pasó, Sofi? —Se interesa con dulzura Carmela.

—Uf. Es una historia larga.

—Buenísimo. Me encantas las historias largas —suelta Vicente emocionada haciéndolas.

—Bien —Suspira—. Lo conocí hace unos meses en el lugar donde trabajo, pero comenzamos a hablar en la boda de unos amigos que tenemos en común. Él se acercó y ahí comenzó todo…

Sofi les contó con lujo de detalles todo lo que había pasado con Ian. Ella no se sintió retraída por ellos, por lo que, no le costó absolutamente nada narrarle la historia frustrada entre ella y el joven.

-Guau. Digna historia de amor —suspira Carmela una vez que Sofi terminó su relación.

— ¿Y dices que está aquí? ¿En Milán? —indaga Vicente y Sofi asiente.

—Y golpeó a Marco —asevera Sofi.

—Definitivamente es el candidato perfecto para ti— entona Carmela.

—Totalmente de acuerdo. Era hora que alguien le haría pagar —concuerda Vicente, la pajera sabe exactamente lo que pasó con Marco, jamás lo quisieron y más sabiendo lo último que le hizo, cualquier persona que lo ponga en su lugar, se merece el respeto de ambos. En ese momento entra una de mujeres de servicio con el teléfono en mano. Se lo tiende a Vicente y éste comienza a hablar en italiano, luego de unos minutos cuelga y le dirige una mirada significativa a Sofi.

—Este chico que nos contacta se llama Ian Russel y es policía?

—Sí; ¿Por qué?

—Porque estuvo en la comisaría. Me llamó el jefe de la jefatura, que es muy amigo mío de hace tiempo, para contarme el disturbio que hubo en tu casa y sobre el norteamericano, el cual fueron detenidos…

— ¿Detenido? —murmura Sofi con horror llevándose las manos a la boca.

—No te preocupes, ya lo soltaron, su jefe llamó y lo dejaron ir, lo escoltaron hasta el hotel que se hospeda.

—¿No sabias que se lo habían llevado preso? —le pregunta Carmela.

—No —niega sintiéndose culpable—. Comenzaron a golpearse y subí a mi habitación para ir con Mateo, los deje ahí y después me quedó dormida —confiesa.

—Vaya —susurra Carmela.

—¿Por qué no vas a verlo? —suelta Vicente.

—¿Qué?

—Por algo te siguió hasta aquí, fue a tu casa y tocó a la escoria de Marco. Pienso qué si él quiere hablar contigo, al menos se merece que lo escuches —sugiere Vicente.

—Yo opino igual que Vicente… Se nota que estás enamorada de él y por lo que ya enumeró Vicente, él también está enamorado de ti. Es decir, nadie viaja a la otra punta del mundo por alguien que no sea importante —expresa Carmela.

—No sé —susurra Sofi.

—Nosotros nos quedamos con Mateo, déjalo que hoy duerma aquí —dice Vicente.

—No tengas miedo, Sofi —interviene Carmela—, nosotros nos hacemos cargo de Mateo y tú —la señala— vas a buscar a ese hombre y arreglar las cosas con él. Mañana cuando vuelvas con Mateo quiero que lo traigas y nos lo presente.

Después de pensarlo unos segundos juntando toda su valentía, decide hacerles caso e ir a buscar a Ian para terminar con la estúpida agonía. Luego de explicarle a Mateo la situación y que Vicente le dijera en donde estaba hospedado, ella sale de la casa en busca del hombre que la cautivó desde el primer día que cruzó las puertas del resto.

A los veinte y cinco minutos llega al hotel con los nervios a flor de piel, se decide bajar del auto cuando el chófer le abre la puerta sosteniendo un paraguas para que no se moje tras la eminente lluvia que caía en Milán. Una vez dentro del hotel, pregunte en recepción por la habitación de Ian Russel, la chica le indica el piso y el número y Sofi se adentra en al ascensor. Comienza un trabajo de respiración, el cual fue en vano. Sus manos no dejaban de temblar y su estómago no dejaba de llamar su atención.

Ya en la puerta, vuelve a tomar varias respiraciones, antes de llamar. Golpea dos veces y luego ésta es abierta dejando ver a ese hombre que una vez se propuso realizarle todas sus fantasías sexuales. Era obvio que recién salía de la ducha. Su cabello dorado estaba más oscuro por tenerlo mojado, su torso desnudo brillando por las gotas que resbalaban perdiéndose en el comienzo de sus pantalones, los cuales caían despreocupadamente de sus caderas.

—Sofi —murmura Ian sorprendido.

—Ian —susurra con un hilo de voz.

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