Cuando llega al recibidor, Sofi ya estaba por subir las escaleras con Mateo. Sonreían y ella hablaba de unas personas que jamás le había escuchado nombrar. Como si Sofi hubiera sentido su presencia, gira la cabeza sobre su hombro mirándolo directo a los ojos, provocando que a ambos les recorra una descarga eléctrica por sus cuerpos. Queda paraliza en el lugar, sin poder dar un solo paso más y sin poder quitar sus ojos de los de él. Mateo al ver que ella prácticamente dejó hasta de respirar, se detiene y guía su vista a la dirección en la que estaba perdida la joven.
—Ian —rompe el silencio.
—Ho… —carraspea—… hola Mateo —saluda regalándole una pequeña sonrisa.
—No sabía que también ibas a venir, eso es buenísimo, vas a poder acompañarnos a la casa del señor Vicente.
— ¿Cómo llegaste? —Sofi encontró las cuerdas vocales para hilar una pequeña frase.
—Soy poli —usando palabras de Gaby, sonriéndole, pero al ver que ella no sonríe se pone serio automáticamente—. ¿Podemos hablar? —le pide casi en una súplica.
—No creo…
—Sofia —aquella voz le causa un pequeño estruendo en su vientre al recordarla y recordar porque está vacía por dentro.
—Marco —murmura con la voz rota.
—Quiero hablar contigo —Marco, en vez de sonar como un pedido, como había sonado en Ian, sonó más a una orden, a una exigencia.
—Primero va a hablar conmigo —sisea Ian molesto por el tono que usó para dirigirse a Sofi y peor lo ponía el miedo que veía en los ojos de ella. Debía protegerla, cueste lo que cueste.
—Sofía, querida. Marco vino para arreglar las cosas… —mide la mujer.
—Nonna —susurra Sofi con lágrimas en los ojos.
—Hija, debes arreglar tus diferencias con él… Mar…
—Nonna —gruñe Sofi dejando las lágrimas caer por su rostro. Se gira hacia el niño—. Mati, por favor ve a mi habitación y espérame ahí, ¿sí? —Él asiente y va escaleras arriba hasta su habitación, en realidad, se esconde detrás de estas para escuchar que es lo que pasa. ¿Quién es ese tal Marco? Y lo primordial, que, si Sofi lo necesita, él va a estar ahí para defenderla.
—Debes escuchar lo que Marco tiene para decirte —habla de nuevo la abuela.
— ¿Qué haces aquí? —le pregunta a Marco entre lágrimas. Ian la miró y sin aguantar más verla así, da un paso hacia ella para resguardarla en sus brazos, pero ella con un ligero movimiento de cabeza le detiene.
—Regina me avisó que habías venido y me pidió que viniera a hablar contigo —contesta el audido.
—Es decir que vuelves a hacer algo que no quieres —acusa ella e Ian cierra los ojos conteniendo la rabia.
—Eso no es así, por Dios, So… —trata de defensor a Marco su abuela.
—No hables por él —interviene Sofi.
—Pero como no voy a hacerlo. Él te quiere…
—Él no me quiere, nunca lo hizo y no te metas —le chilla.
—Por supuesto que meto, esta es mi casa —eleva la voz la mujer.
—Es la casa de mis padres —grita Sofi fuera de sí.
—Sofi, cálmate —le pide Ian con voz suave.
— ¿Cómo hago para calmarme, Ian? Si el culpable de que yo no pueda tener hijos llega aquí con cara de piedra como si nada hubiera pasado. ¡Explícame cómo hago para calmarme! —grita desaforadamente.
—¿El culpable? —Susurra Ian.
Al comprender lo que Sofi escupió con ira, se giró hacia Marco y con un gruñido, como si fuese un animal, le encesta un puñetazo en la mandíbula tirándolo al suelo. Fuera de control, se abalanza sobre el hombre y comienza a golpearlo. Regina comienza a gritar y Sofi, solo comprometida con la cabeza antes de subir las escaleras para ir en busca de Mateo, dejándolos a todos ahí.
Los custodios del lugar llegaron al disturbio y despegaron a Ian de un irreconocible Marco. A rastras lo llevaron afuera hasta que llegó la policía para llevarlo detenido. Él avisó que era un agente del SWAT, pero de todas maneras se lo llevaron, el apellido de esa familia valía más que un simple agente especial. Lo llevaron a la estación de policía donde lo iban a tener retenido hasta que su superior disponga de lo contrario.
Mientras tanto, Sofi estaba hecha una piltrafa, tirada en la cama sin poder dejar de llorar. A su lado estaba Mateo sin saber muy bien que hacer, por lo que se tendió junto a ella, mientras la joven lloraba, en silencio y estrechando su cuerpo al de ella. Así estuvieron hasta que se durmió después de tanto llorar.
Dos horas más tarde Sofi se despierta desconcertada y nota que no está sola en la cama. A su lado estaba Mateo mirándola fija, le sonríe y él le devuelve la sonrisa.
—¿Estás bien? —se preocupa ella.
—Sí, ¿y tú?
—Perfecta —le miente, pero no podía seguir hundida en la agonía, teniéndolo a él a su lado ya su cuidado—. ¿Qué hora es? —pregunta al tiempo que se gira para ver el reloj de la mesita—. Hay que levantarse, tenemos que estar en la casa de Vicente en una hora —le indica y Mateo asiente.
—Si quieres podemos quedarnos —sugiere el niño.
—Estoy bien, quiero ir —Le besa la frente—. Ve a ducharte y ponte guapo.
—Bien.
El niño de un salto sale de la cama para dirigirse a su habitación a hacer lo que Sofi le mandó.