ACTUAR

[KEIRA]

Había olvidado casi todo lo que tenía planeado para mi boda y cada detalle que en su momento le mencioné al maestro de ceremonias. Pero ahora, como un maldito bumerán, todas esas conversaciones vuelven a mi mente a medida que las voy viendo reflejadas en esta fiesta de la que, por momentos, quiero huir. Sin embargo, sé que no puedo hacerlo si realmente quiero cumplir mi objetivo.

—Mi amor, ¿bailamos? —escucho la voz de Dane, suave pero clara, y al voltear a verlo, está de pie a mi lado, ofreciéndome la mano.

De reojo noto cómo varias miradas curiosas de los invitados que aún están sentados en nuestra mesa se fijan en nosotros. Entonces, con mi mejor sonrisa de mujer enamorada, llevo mi mano hacia la de Dane y me levanto de la silla.

—Claro que sí, nene —respondo, y como la buena actriz que puedo llegar a ser, le dedico una sonrisa luminosa que haría pensar a cualquiera que estoy perdidamente enamorada. Caminamos hacia la pista de baile como si fuéramos la pareja más perfecta del salón.

—¿Nene? —pregunta en voz baja cuando llegamos al centro de la pista, y con un movimiento firme me acerca a su cuerpo, como si fuera un experto en esto.

—¿No te gusta el apodo que te puse? —pregunto, mientras apoyo una mano en su hombro y la suya se instala en el centro de mi espalda, en una posición que grita química desde cualquier ángulo.

Entrelazamos nuestras manos y comenzamos a movernos al ritmo de la música. Él sonríe sin dejar de sostener mi mirada.

—Suena muy bien dicho en tus labios —responde al fin, con esa voz grave y provocativa que en otra etapa de mi vida probablemente habría sido mi punto débil. Pero ya es tarde para eso.

—Debemos convertirnos en la envidia de ellos dos —murmuro—. Tienen que ver lo que perdieron.

Intento no mirar hacia donde están bailando ellos, pero la tentación está ahí, latente.

—Mírame a los ojos —me dice, y suena como una orden.

Obedezco, y me encuentro con el gris de sus ojos. Me veo reflejada en ellos a pesar del juego de luces que gira sobre la pista. Hay algo en su forma de mirarme ahora que hace que el tiempo se vuelva más lento; parece buscar las palabras adecuadas o decidir si debe decirme lo que está pensando.

—¿Qué? —pregunto cuando no dice nada más.

—Si queremos que esto funcione, tenemos que ser más que convincentes. ¿Confías en mí? —pregunta, y sé que no es una pregunta ligera.

Sonrío de lado.

—Debería decirte que no, pero no lo haré. Confío en ti —sentencio.

Él también sonríe, casi satisfecho.

—Entonces, permíteme hacer algo que hará que ellos estallen de celos —susurra.

No entiendo a qué se refiere hasta que, moviéndose con naturalidad, nos conduce por la pista hasta quedar un poco más cerca de los flamantes esposos. Yo simplemente me dejo llevar por él, respirando hondo para mantener el control. De pronto, siento cómo suelta mi mano y la lleva hacia mi cuello. Mi cuerpo se tensa, pero me obligo a no reaccionar de forma equivocada.

La manera en que se acerca a mis labios es algo que no esperaba.

—Sígueme la corriente —me pide en un susurro, mirándome primero a los ojos y luego bajando la vista hacia mi boca.

Y entonces me besa.

No es un beso cualquiera; es un beso de película, de esos que se mueven en cámara lenta para hacer el momento más provocativo. Su manera de besarme me toma completamente por sorpresa. Mis ojos se cierran casi por instinto y mis manos se deslizan hasta su nuca, enredando mis dedos en el final de su cabello, dejándome llevar por la perfección de un beso que merece un Oscar.

Su mano en mi espalda me pega más contra él y, justo cuando creo que su lengua va a buscar la entrada de mi boca, Dane se detiene. Suspira agitado, quedándose a milímetros de mis labios.

—¿Qué fue esto? —pregunto, aún intentando ordenar lo que acaba de ocurrir.

Él sonríe, apenas.

—La mejor manera de convencerlos —murmura, y me atrae un poco más hacia su cuerpo—. Muévete conmigo como si quisieras irte de aquí y pasar la mejor noche de tu vida conmigo en una habitación.

Su voz baja me recorre la columna como un escalofrío. Sin dudarlo, enredo un poco más mis dedos en su cabello y comienzo a moverme como sé que tanto le encantaba a Mauricio cuando las ganas nos consumían. Siento la mano de Dane deslizarse por mi espalda con una precisión peligrosa.

—Eso… —susurra, y su tono me arranca un ligero jadeo que intento disimular.

—Dane… —lo advierto, al borde de perder por un segundo la noción de que todo esto es un juego.

Él sonríe de lado.

—No dejes que el juego te gane —susurra, y tiene razón. No puedo olvidar por qué estoy aquí.

La música sigue sonando a todo volumen mientras nosotros dos nos movemos en este juego que por momentos siento que se sale de control.

—Keira —escucho la voz de Mauricio cerca, interrumpiéndonos. Dane sonríe, cómplice, y se separa un poco de mí para que yo pueda girar.

Mauricio está justo frente a nosotros.

—¿Bailamos? —pregunta, como si nada de lo que acaba de ver le hubiera afectado.

—¿Y tu esposa? —pregunto, confundida. De repente, ella también aparece a su lado.

—Estamos bailando con todos los invitados, ustedes faltaban —explica.

Dane y yo nos miramos con una complicidad silenciosa.

—Seguimos después, mi amor —dice él, y antes de soltarse de mí, vuelve a llevar su mano a mi cuello para acercarme hacia él y besarme una vez más. Todo frente a ellos dos.

—Está bien, nene. No me extrañes —respondo, siguiendo el guion.

Mauricio me toma de la mano para llevarme con él.

Tenerlo frente a mí ya no es como antes. Mi piel no reacciona, mi corazón no se acelera, mis labios no anhelan los suyos. Lo único que siento es un impulso frío y firme de hacerlo pagar por lo que hizo. Le di tres años de mi vida, para que ahora esté viviendo esta fantasía de cuento con otra.

—Vaya casualidad, ¿no? —dice mientras nos movemos al ritmo de la canción que suena de fondo.

Lo miro, ligeramente extrañada, y casi me sorprende que no me desarme frente a sus ojos cafés, esos mismos que tantas noches me miraron cuando hacíamos el amor.

—¿De qué hablas? —pregunto, fingiendo ingenuidad.

—Tú y Dane. El ex de Salma —aclara.

—Querrás decir el hombre al que tú y Salma engañaron—lo corrijo—. Además, cuando le pedí que viniera a esta boda conmigo, él no sabía que ella era la novia. Fue una gran casualidad, tal y como ya explicamos antes.

Mi tono es frío, controlado. No voy a permitir que me haga sentir pequeña.

—Ya hemos tenido esta conversación antes —rebate, y sé a qué se refiere: a su engaño, a nuestra ruptura. Pero no a ella. Nunca a ella por completo. Mucho menos a cómo consiguió que Dane quedara fuera del mapa.

—Si tú lo dices… —respondo—. Además, no vale la pena hablar del pasado.

Volteo a ver a Dane con toda la intención; él está bailando con Salma, pero su expresión dice “sácame de aquí” a gritos. Quiero pensar que las cosas no están siendo tan agradables como ella imaginó.

—¿Por qué él? —me pregunta de pronto.

—¿Perdón? —arqueo una ceja, intentando descifrar qué juego quiere jugar ahora.

—¿Por qué él? Si tú puedes tener al hombre que quieras —se atreve a decir, mirándome como si todavía tuviera algún derecho.

Sonrío, saboreando lo que estoy por decir.

—Por eso mismo —respondo—, porque quiero a él. ¿Acaso no ves lo guapo que es? Además, es inteligente, caballeroso, sensual… —bajo un poco la voz y sonrío con malicia— y mejor me detengo ahí y me guardo el resto para mí.

Sé que eso lo revuelve por dentro. Lo noto en el leve apretón de su mano en mi cintura.

Miro a Dane. Sus ojos se encuentran con los míos y, sabiendo que este es el momento perfecto, suelto a Mauricio.

—Discúlpame —digo, y camino firme hacia Dane, que entiende de inmediato. Suelta a Salma en cuanto me acerco.

—¿Nos vamos de aquí, nene? —le pregunto, tomándolo del cuello, acercándome a su boca.

—Vámonos, mi amor. Muero por estar contigo —responde, sin titubear.

Acorta toda distancia y me besa de una manera que, si no supiera que es teatro, me haría caer rendida esta misma noche. Sus ojos grises se clavan en los míos, su respiración agitada hace más creíble la escena.

Me toma de la mano y, antes de irnos, se gira hacia los novios:

—Que tengan una excelente luna de miel —dice con una sonrisa impecable.

Y tal y como si fuéramos nosotros los que estuviéramos escapando de nuestra propia boda, echamos a correr por el salón hasta llegar a la mesa. Tomo mi bolso a toda velocidad y seguimos avanzando hasta que, finalmente, estamos afuera.

El aire, ya un poco más frío a esta hora de la noche, golpea mi rostro mientras río con complicidad.

—Vaya actuación —digo entre risas, frotándome los brazos por el frío.

—Conociendo a Salma, debe estar que se muere de los celos —dice él, al tiempo que se quita el saco del esmoquin.

—¿Qué haces? —pregunto, aunque ya lo imagino.

—Para que no te mueras de frío —explica, colocándome el saco sobre los hombros.

Sonrío.

—Gracias, Dane —murmuro, acomodando mi cabello fuera del saco.

—Un placer. Entonces… ¿cómo sigue todo esto? —pregunta, sinceramente interesado.

Sonrío, sintiéndome por primera vez en control absoluto de la situación.

—¿Estás dispuesto a llegar hasta las últimas consecuencias? —indago.

Él asiente sin dudar.

—Definitivamente. Después de escuchar que Mauricio era un mejor partido que yo, y que por eso se casó con él, estoy dispuesto a todo para hacerle ver su error. Pero no porque quiera regresar con ella… sino porque, al igual que tú, quiero que aprenda su lección —confiesa.

Sus palabras me dejan sin respuesta por unos segundos.

—¿Eso te dijo? —pregunto, sorprendida.

—Sí. No sé si lo dijo para herir mi orgullo o porque realmente lo cree, pero lo dijo. Y duele —admite.

No sé por qué, pero un instinto casi automático me lleva a acariciar suavemente su mejilla.

—No le hagas caso. Definitivamente no sabe quién es Mauricio —digo con absoluta convicción—. En cuanto al plan: tengo una reunión pactada con él un par de semanas después de su luna de miel. Haremos que tú también estés ahí. Y ten por seguro que recibirás una buena recompensa por todo esto que estás haciendo.

Él niega con la cabeza.

—Keira, no quiero dinero —sentencia.

—¿Y qué quieres entonces? —pregunto, genuinamente sorprendida.

—Lo mismo que tú: que ellos terminen —responde firme. No hay nadie en este mundo que pueda entenderlo mejor que yo.

—Está bien. Ese será nuestro trato… —acepto—. Pero debemos poner reglas.

Él sonríe.

—¿Demasiada improvisación esta noche? —bromea.

—Un poco. Y aunque funcionó, soy una mujer de negocios —respondo.

—¿Y eso qué significa? —pregunta, curioso.

—Que todo debe regirse bajo un contrato —declaro, segura.

Sus ojos se abren un poco más, como si aún le costara creer hasta dónde estoy dispuesta a llegar.

—¿Harás un contrato para este engaño? —pregunta, incrédulo.

—Exactamente. Reglas claras y nadie sale mal parado —respondo—. Si te parece, te espero mañana en la misma habitación donde me recogiste esta noche.

—Claro. Pero… ¿no quieres que te acompañe hasta allí para que no vayas sola? —ofrece.

Niego con la cabeza.

—El chofer me espera. Creo que aquí nos separamos por hoy —digo, y él asiente.

—La veo mañana entonces, señorita Olavarría. ¿Alguna hora específica? —pregunta.

—¿10 a.m.? —propongo.

Asiente.

—10 a.m. entonces. Que descanse —dice, y se acerca para darme un beso en la mejilla antes de darse la vuelta y marcharse en dirección contraria a la que yo tomo.

Mientras camino hacia el coche que me espera, solo una idea resuena en mi mente: Este juego acaba de empezar. Y yo no pienso perder.

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