Capítulo 4

La Confrontación Entre Enemigos

La neblina del bosque se aferraba a los árboles, formando un velo espeso que amortiguaba el sonido de las pisadas. Alessia avanzaba con Renard a su lado, ambos moviéndose con una velocidad sobrehumana que el ojo humano jamás podría captar a simple vista. El aire olía a tierra húmeda y a sangre vieja, un rastro silencioso que persistía como una sombra del enfrentamiento reciente.

Llegaron al claro junto al camino, donde aún quedaban marcas del conflicto: surcos en la tierra, restos de astillas de madera rota y manchas oscuras que el tiempo no había borrado del todo. Alessia se detuvo, su mirada fría y calculadora recorriendo el lugar con precisión.

Renard se inclinó, recogiendo un pequeño objeto brillante entre los escombros. Lo sostuvo en la palma de su mano y lo mostró a Alessia: un broche dorado, ornamentado con el símbolo de la familia de Efesto.

- Era un buen soldado. - dijo Renard en voz baja, su tono solemne.

Alessia asintió, tomando el broche con delicadeza.

- Lo llevaremos a su compañera. Merece hacer la ceremonia de despedida.

Sus palabras llevaban un peso que Renard comprendía bien. La pérdida de Efesto no era solo la de un guerrero leal, sino la de un amigo que había luchado por preservar los acuerdos entre su mundo y los humanos a pesar de la oposición de algunos clanes.

A unos metros de allí, una roca de gran tamaño sobresalía del suelo, parcialmente cubierta por la maleza. Renard se acercó sin titubeos, sus músculos tensándose bajo su elegante traje mientras colocaba ambas manos sobre la piedra. Con un gruñido apenas audible, la movió como si fuera un simple guijarro, revelando una cavidad donde varias cajas estaban parcialmente enterradas.

- Aquí están, - anunció, acudiendo el polvo de la madera ennegrecida mientras apilaba las cajas con eficiencia.

Alessia se acercó, pasando una mano sobre las superficies para confirmar su integridad.

- Todas están. Volvamos a casa.

Sus ojos rojos brillaron mientras invocaba su habilidad. Un leve temblor recorrió el aire, como si el mundo mismo contuviera la respiración. Frente a ellos, una grieta luminosa comenzó a formarse en el espacio, expandiéndose hasta convertirse en un portal brillante que destellaba con energía azulada.

- Será rápido. - dijo Alessia mientras el portal se estabilizaba - Aria nos seguirá después.

Pero antes de que Renard pudiera dar el primer paso para cruzarlo, un sonido sutil, el crujido de ramas rotas y el movimiento de figuras ocultas, los puso en alerta.

- No estamos solos. Son humanos. - advirtió Renard, sus ojos helados clavándose en la espesura.

Desde las sombras, un grupo de figuras emergió, vestidos con uniformes tácticos y armas listas. Damian Prescott iba al frente, su postura tensa y su mandíbula apretada. Sus ojos evaluaron la escena en un segundo: las cajas, el portal aún vibrante y los dos vampiros que parecían haber salido directamente de una leyenda moderna.

- Bajen las armas. - ordenó Damian a su equipo, sin apartar la mirada de Alessia - No queremos problemas... todavía.

Alessia arqueó una ceja, su expresión inmutable pese a la amenaza latente.

- Eso dependerá de ustedes. - respondió con voz firme, elegante y glacial al reconocer el emblema de su hombro - Pero créeme, comandante, este no es un buen día para interponerse en mi camino.

El aire vibró con tensión cuando Damian avanzó hacia Alessia, el filo del conflicto reflejándose en la firmeza de su mirada.

- ¿Me conoces? - preguntó él, su voz grave y cargada de amenaza.

Alessia inclinó ligeramente la cabeza, una sonrisa coqueta curvándose en sus labios perfectos.

- He escuchado de ti, humano. - respondió con una elegancia seductora, cada palabra goteando con intencionada provocación.

Damian entrecerró los ojos, sin inmutarse.

- Pues yo no de ti y no me importa. Te mataré por haber atacado al convoy.

Antes de que Alessia pudiera replicar ante el error, Damian se impulsó hacia ella con una rapidez letal, desatando una ráfaga de ataques sin piedad. Alessia no deseaba matarlo; la muerte de un comandante humano complicaría las ya tensas relaciones entre sus mundos. Con una agilidad sobrenatural, esquivó cada golpe, moviéndose como una sombra danzante.

- ¡Renard, llévate las cajas! - le gritó con autoridad sin dejar de moverse.

Renard, sin perder tiempo, asintió y cruzó el portal, desapareciendo con los valiosos suministros.

Alessia giró para seguirlo, pero una tensión firme y súbita enredó su torso. Damian, con un movimiento experto, había lanzado un látigo delgado y resistente que se enrolló alrededor de su cintura. Antes de que pudiera liberarse, él tiró con fuerza, empujándola hacia él.

Quedaron frente a frente, sus respiraciones chocando en el aire cargado de electricidad. Damian esbozó una sonrisa divertida.

- Te tengo. - murmuró con arrogancia.

- No me tendrás. - replicó Alessia con seguridad helada.

Abriendo los brazos con un gesto poderoso, rompió el látigo como si estuviera hecho de papel, liberándose del agarre. Giró sobre sí misma saltando hacia arriba y, en un movimiento fluido, cayó sobre los hombros de Damian, sujetando su cabeza entre sus piernas con una llave de fuerza. Él tambaleó bajo el peso inesperado, pero antes de ceder del todo, su instinto lo llevó a aferrarse a algo que sobresalía del cuello de Alessia: una cadena fina que sostenía un medallón antiguo y ornamentado.

Cuando Alessia se inclinó para mirarlo directamente a los ojos, segura de su victoria, Damian hizo lo inesperado.

Con un movimiento audaz, tiró de la cadena hacia sí y la besó.

El contacto fue breve, pero incendiario, descolocándola por completo. Alessia, sorprendida y furiosa, reaccionó de inmediato.

- Bastardo. - susurró con veneno antes de hundir sus colmillos en sus labios, haciendo que la sangre brotara con rapidez para que la soltara.

Damian gruñó de dolor, pero no soltó el medallón. En lugar de eso, limpió la sangre de sus labios con el dorso de la mano, asqueado por el sabor metálico y desconocido.

- Maldita vampira. - espetó, arrojándola al suelo con fuerza.

Alessia cayó con elegancia felina, pero su mirada oscura se clavó en un detalle alarmante.

El medallón, símbolo antiguo de su linaje y un secreto que debía permanecer oculto, estaba ahora en la mano de Damian Prescott.

El hombre observó el cambio sutil, pero evidente en la expresión de Alessia. Sus ojos, antes llenos de ferocidad, se entrecerraron con algo que parecía... ¿Ansiedad? Su atención estaba fija en el medallón que ahora colgaba descuidadamente de su mano.

- Oh, ¿Quieres esto? - le preguntó burlón, levantándolo como si fuera un trofeo sin importancia - Pensé que los vampiros no tenían apego a tonterías humanas.

Sin esperar respuesta, lo llevó a sus labios y lo besó con displicencia, una sonrisa arrogante curvando su boca ensangrentada.

- ¡No lo toques! - gritó Alessia, la voz cargada de una mezcla de ira y alarma poco común en ella.

Damian arqueó una ceja, disfrutando de su pérdida momentánea de control.

- ¿Esto te molesta? - La desafió, sus ojos brillando con malicia - Entonces voy a hacer esto...

Y antes de que pudiera detenerlo, volvió a besar el medallón, esta vez con deliberada lentitud, disfrutando del poder que tenía sobre la orgullosa vampira.

Alessia sintió un calor abrasador extenderse desde el centro de su pecho, una sensación antinatural que no debería existir. Era como si el simple contacto de Damian con el medallón hubiera activado algo peligroso, algo que no podía permitirse.

- Estoy jodida... - murmuró para sí misma, el temor helándole la sangre.

Sin perder tiempo, corrió hacia el portal que aún parpadeaba débilmente tras ella. Damian apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de que la figura elegante de Alessia desapareciera en un destello oscuro, dejando tras de sí solo el eco de su presencia y el aroma embriagador de su perfume.

Damian miró el lugar donde ella había estado y luego el medallón aún tibio en su mano.

- Vaya... esto se pone interesante. - murmuró para sí, una sonrisa llena de intriga y peligro extendiéndose en su rostro.

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