La Marca
El baño parecía sacado de un rincón místico perdido en el tiempo. Amplio, de mármol blanco veteado en gris y rojo, sus columnas redondas se alzaban imponentes hacia un techo abovedado. Los muros estaban adornados con relieves que narraban historias de antiguos vampiros y sus alianzas con fuerzas olvidadas. En el centro, una bañera cuadrada con bordes finamente labrados mostraba intrincados diseños de vides enredadas y criaturas míticas que parecían cobrar vida bajo la tenue luz.
El vapor ascendía en espirales perezosas, difuminando los contornos del espacio y creando una atmósfera casi etérea. Las velas, colocadas en nichos tallados en las paredes, emitían una luz cálida y parpadeante, bañando el mármol en reflejos dorados. El agua de la bañera, cristalina, pero humeante, apenas cubría la piel pálida de Alessia, dejando visibles sus hombros y parte de su espalda. Gotas perladas recorrían su clavícula antes de deslizarse de nuevo hacia la superficie del agua.
Alessia permanecía inmóvil, con la mirada fija en la marca que ahora adornaba su pecho, justo sobre el corazón. Era un símbolo antiguo, imposible de confundir: una espiral entrelazada con líneas afiladas que representaban el vínculo de sangre entre clanes. El Marcaje, reservado para alianzas eternas o juramentos de vida, no debería haber sido posible entre un vampiro y un humano, pero ahí estaba, grabado en su piel como un fuego que nunca se extinguiría.
Incrédula, se llevó las manos al rostro, sus dedos temblando mientras intentaba asimilar lo que había sucedido. No podía ser real. Y, sin embargo, lo sentía.
El ardor en su pecho era la prueba innegable. Su sangre, el legado puro del linaje Masquerade, había sido contaminada, entrelazada con la de ese maldito humano. Todo por culpa de aquel instante absurdo, cuando Damian Prescott había besado su medallón después de que se lo quitó.
El medallón… Alessia apretó los dientes, recordando su significado.
Cada líder de clan poseía uno. Eran reliquias antiguas, forjadas por los Fundadores del reino vampírico. No solo representaban el linaje y el derecho al liderazgo; estaban imbuidos con magia ancestral, protecciones y secretos que garantizaban la estabilidad de los clanes. El medallón de Alessia, en particular, era el símbolo de su conexión con la esencia del Clan Masquerade. Quien lo poseyera, simbólicamente, tenía poder sobre el clan y sus miembros.
Pero había algo más peligroso aún.
El medallón estaba diseñado para reaccionar solo al contacto de sangre vampírica o de alguien destinado a formar un vínculo sagrado con el portador. Cuando Damian lo besó y su sangre se mezcló, había activado un contrato de sangre que Alessia jamás habría consentido. En ochocientos años, nunca había encontrado a su compañero. Ni siquiera lo había buscado. No lo necesitaba y no lo quería.
El fuego en su pecho volvió a arder, arrancándole un gemido ahogado.
- Estoy maldita. - murmuró, dejando caer la cabeza hacia atrás mientras el vapor seguía envolviéndola - Este humano no tiene idea de lo que ha hecho…
Y si lo descubría, sería peor. Porque el vínculo no solo era un juramento de vida. Era una atadura que, si no se rompía, podría convertir a Damian en algo que ni siquiera los vampiros podrían controlar.
El vapor aún se arremolinaba en el aire denso del baño, envolviendo a Alessia como si quisiera ocultarla del peso de la realidad. El agua tibia apenas lograba calmar el ardor punzante que latía sobre su pecho, un recordatorio constante de su error y las consecuencias que se avecinaban. Si no completaban el vínculo de sangre, la situación sería insostenible.
El descontrol aguardaba en cada esquina: para ella, significaba perder la capacidad de gobernarse, hundirse en una sed insaciable que la convertiría en un peligro incluso para su propio clan. Para Damian, implicaba algo peor, un destino monstruoso donde su humanidad sería devorada por instintos oscuros que lo empujarían a matar sin descanso, buscando lo que la sangre ahora reclamaba como suyo. A ella.
Perdida en esos pensamientos, Alessia no percibió la entrada de Aria Red hasta que la escuchó lanzar una maldición que resonó como un eco en las paredes de mármol.
- ¡Por el infierno, Alessia! - exclamó su escolta personal, su voz cargada de desesperación mientras sus ojos se clavaban en la marca sobre el pecho de la líder del clan - Dime que no es lo que creo.
Alessia alzó la mirada lentamente, con el rostro frío, aunque el leve temblor de sus labios la traicionaba.
- No es lo que crees. - murmuró, sin mucho convencimiento - Es peor.
Aria avanzó hasta el borde de la bañera, inclinándose hacia ella como una cazadora acorralando a su presa. Su largo cabello rojo se agitaba con cada movimiento brusco, reflejando la luz de las velas.
- ¿Qué pasó? - exigió, con un tono que no admitía evasivas - ¿Quién te marcó?
- Un humano. - respondió Alessia, su voz dura, tratando de mantener el control - Se llevó mi medallón.
El rostro de Aria palideció.
- ¿Un humano? - repitió, incrédula - Eso es imposible. Ningún humano podría activar el medallón a menos que…
- Que su sangre se mezclara con la mía. - completó Alessia, cerrando los ojos brevemente - Eso fue exactamente lo que pasó.
- ¡Maldita sea, Alessia! - Aria golpeó con el puño una columna cercana, dejando una grieta visible en el mármol - ¿Quién es? ¿Un mercenario? ¿Un ladrón?
- Un soldado de la Luna Roja. - confesó Alessia con un tono amargo viendo como su escolta y amiga se sentaba en el suelo a su lado sin palabras - No lo sabía en ese momento, pero ahora lo entiendo. Podría destruir todo a su paso si esto no se resuelve.
Aria se llevó una mano al cabello, tirando de él con frustración.
- Esto podría desatar una guerra, ¿Te das cuenta?
- Lo sé. - Alessia la cortó, su voz firme, aunque sus pensamientos eran un torbellino - Pero tenemos asuntos urgentes que resolver antes de preocuparnos por el soldado.
La líder vampira se enderezó en la bañera, ignorando el agua que goteaba por su piel mientras enfrentaba la mirada furiosa de Aria.
- ¿Qué pasó con el traidor?
El cambio abrupto de tema tomó a Aria por sorpresa, pero respondió con eficiencia.
- Está muerto. - informó, su tono volviendo a ser profesional - Era el hermano del mercante, el guardián encargado de la comercialización.
- ¿El guardián fue amenazado?
- Sí, por su propio hermano. Ambos están muertos, igual que el resto de su familia.
Alessia asintió lentamente, su expresión volviéndose sombría.
- Entonces no habrá más obstáculos comerciales. Esperaremos el listado de los nuevos guardianes de ese pueblo. - murmuró, aunque su mente seguía atrapada en la marca sobre su pecho y el soldado que ahora representaba una amenaza latente.
Aria la observó con detenimiento, como si buscara algo más en sus palabras.
- ¿Y qué vas a hacer con el humano?
Alessia apretó los dientes, la determinación endureciendo su mirada.
- Aún no lo sé. - admitió con sinceridad - Pero lo encontraré antes de que esto se descontrole. Porque si no lo hago…
- Vas a Londres en tres días…
- Tendrás que estar cerca… Mi sed está aumentando por no haber consumado el vínculo. Beber de sus labios es diferente a beber de su cuello.
- Será complicado, si te descontrolas…
Su voz se desvaneció, pero ambas sabían cómo terminaría esa frase. Un desastre que ninguno de los clanes, ni humanos ni vampiros, podrían contener.