Alessia Despierta
El silencio en la cámara de la matriarca era tan profundo que parecía proteger el tiempo mismo.
La luz de la luna entraba filtrada por los cortinajes de seda que colgaban pesadamente de los ventanales. El aire olía a rosas, a magia suave y a las hierbas que las sanadoras de Carmesí que las protectoras renovaban cada día con devoción. Todo estaba dispuesto con meticulosa reverencia: flores frescas, velas encendidas con una llama que no ardía, sino que latía. Y en medio de esa serenidad sagrada, Alessia dormía.
Reposaba sobre el lecho adornado con los colores de Masquerade, su rostro tranquilo, sus labios apacibles, su cabello extendido como una cascada oscura sobre las sábanas bordadas. Su respiración era pausada, profunda, casi imperceptible… pero constante. Como un murmullo que decía: “Aún estoy aquí”.
Damian se encontraba sentado a su lado, en la penumbra, con la niña en brazos.
La bebé dormía también, acurrucada contra su pecho, con una manita aferrada débilmente