Capítulo 3

Visita Al Pueblo Humano

La tarde en Yugoslavia era fría y húmeda. El cielo, encapotado por nubes grises, prometía lluvia en cualquier momento. Las calles adoquinadas del pequeño pueblo crujían bajo las botas de Alessia mientras avanzaba con paso firme, ajena a las miradas curiosas de los aldeanos que interrumpían sus tareas para observar a los recién llegados.

Alessia D’Angelo vestía como siempre, de negro, pero esta vez su atuendo distaba mucho del estilo gótico que usaba en su mundo. Llevaba un abrigo largo ceñido a la cintura con botones dorados, pantalones ajustados de cuero negro y botas de tacón bajo perfectamente lustradas que resonaban sobre el pavimento. Un fular de seda oscuro enredado en su cuello completaba el conjunto, mientras sus gafas de sol, de diseño italiano, ocultaban la intensidad de su mirada. Aunque simulaba ser una humana viajando por negocios, su porte irradiaba poder, un magnetismo que no pasaba desapercibido.

A su lado, Renard caminaba en completo silencio. Su presencia contrastaba con la elegancia impecable de Alessia. El primer consejero del Clan Masquerade vestía un traje gris oscuro, de corte inglés, con un chaleco de satén negro y corbata perfectamente ajustada. Su cabello plateado, recogido en una coleta baja y sus facciones angulosas le daban una apariencia severa. Sus ojos azules eran fríos como el hielo; un hombre acostumbrado a la diplomacia y la estrategia. A pesar de su postura tranquila, su vigilancia constante denotaba una preocupación latente.

Un paso detrás de ambos, Aria Red se movía con la gracia letal de un depredador acechante. Su atuendo era funcional y moderno: pantalones negros de combate, una chaqueta de cuero ajustada con refuerzos estratégicos y botas militares. Su cabello rojizo estaba recogido en una trenza que caía sobre su hombro y sus ojos dorados brillaban bajo la luz difusa del día. Aria era la escolta personal de Alessia, una guerrera feroz que rara vez dejaba espacio para el diálogo cuando el peligro se presentaba.

- Parece un pueblo tranquilo. - comentó Renard en voz baja, rompiendo el silencio mientras sus ojos examinaban los alrededores.

- Demasiado tranquilo. - replicó Aria con desconfianza - No me gusta.

Alessia detuvo su paso frente a una pequeña plaza empedrada. Las tiendas de madera y piedra se alineaban a los costados y una fuente desgastada por el tiempo ocupaba el centro. Había hombres y mujeres observándolos desde las sombras de los portales, sus miradas entre cautelosas y desconfiadas.

- Ellos tampoco confían en nosotros. - murmuró Renard, ajustando su chaleco con un gesto meticuloso.

- Lo harán. - aseguró Alessia, quitándose las gafas de sol para revelar sus ojos de color ámbar, que brillaban con determinación - Solo necesitan recordar quienes somos y lo que hemos hecho por ellos durante siglos.

Su voz era baja, pero su promesa cargaba el peso de una autoridad incuestionable. Los tres continuaron su avance hacia la casa del líder del pueblo, sabiendo que el siguiente movimiento definiría si esta alianza ancestral se mantenía firme o si el engaño que los había traído hasta aquí destruiría lo que quedaba de confianza.

Cuando llegaron a las puertas de la casa de dos pisos de aspecto antiguo con una runa que identificaba al dueño como aliado de los vampiros, Renard tiró de la cuerda para hacer sonar una pequeña campana. La puerta se abrió y un hombre de unos sesenta años apareció en el umbral.

En cuanto vio a los forasteros supo que eran vampiros y se inclinó.

- Mis señores, gracias por venir... - les dijo educados y les abrió paso, pero ninguno se movió.

Fue hasta que Renard le hizo un gesto que recordó la tradición. Los vampiros no podían entrar a ningún lugar donde no hubiesen sido invitados.

- Perdón, mis señores. Sean bienvenidos a mi humilde hogar.

Alessia dio un paso al interior y el ambiente de la casa pareció cambiar con su mera presencia. En la sala de estar estaba una mujer mayor, posiblemente la esposa del líder con una niña de unos seis años en su regazo jugando con una muñeca y una mujer de unos treinta años todos vestidos con sencillez, pero sus prendas cuidadosamente elegidas. Un detalle para recibir a sus invitados. La chimenea estaba prendida y el fuego chisporroteaba por la madera húmeda.

- Mis señores... - les dijo la mujer indicando un sillón cercano para que Alessia se sentara mientras Renard y Aria se quedaban de pie tras ella.

La mujer se sentó con elegancia y se quitó los lentes revelando sus ojos ahora rojos debido a la sangre que podía percibir en los cuerpos de los cuatro humanos frente a ella y cuando vio que las mujeres se movían inquietas, Alessia cerró los ojos tratando de controlar su instinto básico de supervivencia y alimentación.

Aunque tenía más de ochocientos años, su instinto de alimentación era fuerte y requería un entrenamiento constante para vivir entre los humanos. Antes podían interactuar y alimentarse sin dificultades, pero a medida que la sociedad humana se fue congregando en ciudades y estas se volvieron más complejas, la gente comenzó a notarlos entre ellos si sus ojos y otras características vampíricas como las garras o la velocidad aparecían.

Aún permanecían en las leyendas y mitos de los humanos e incluso los mostraban menos aterradores en sus películas, pero eran temidos y odiados tanto como otros los amaban y aceptaban.

Cuando Alessia volvió a abrirlos, sus ojos, ahora ámbar, los observaron.

- Hemos venido para saber que sucedió. Nunca hemos sigo agresivos con su gente, el pacto sigue vigente para nosotros. - les dijo con seriedad.

- Sabemos que no fueron ustedes mi señora. - dijo la mujer más joven - Los mismos emisarios han venido por más de ochenta años. Los conoce mi padre y mi familia desde mi abuelo. Sólo vimos camiones de la cruz roja y con suministros que iban hacia la zona de conflicto. De la nada salieron hombres vestidos con ropas de soldados y atacaron al grupo. Tres de los suyos murieron por protegernos, esos hombres no iban a dejar a nadie vivo. De eso estoy segura.

- ¿Pudiste ver un emblema o algo que nos ayude a identificarlos? - le preguntó Alessia.

- No llevaban nada en sus trajes, sus rostros estaban cubiertos, pero eran soldados entrenados. Sabían donde atacar a su gente.

Renard miró a Aria con el ceño fruncido. Eso no era bueno. Si alguien estaba atacando a vampiros o seres sobrenaturales con ese nivel de precisión podría estallar una guerra y mucha gente moriría.

- ¿Hay humanos heridos? ¿Muertos? - preguntó la mujer.

- Mi esposo Andréi y otro de los guardianes están con heridas de bala. Estamos atendiéndoles con lo que tenemos. No podemos ir a la ciudad o esa gente podría volver.

- ¿Donde están? - preguntó Alessia levantándose.

- En una casa segura a dos cuadras. - dijo el jefe del pueblo.

- Llévame a ellos...

- Mi señora. - intervino Renard, pero guardó silencio cuando la mujer lo miró fijo.

- Ayudaré a tu gente como muestra de buena voluntad. No deseo romper el pacto con tu pueblo y que nos beneficia mutuamente. Tendrán que investigar quien los traicionó y alinear un nuevo grupo de guardianes. No arriesgaré a mis emisarios por ningún traidor.

- Lo entiendo, mi señora... - dijo el jefe - Lo agradezco.

- Envía los nombres del nuevo grupo de guardianes. Si vuelve a filtrarse información, sabré que están cooperando con quieren cazar a los míos y quitaré mi protección a tu pueblo y ya no haré nuevos intercambios. Estarán por su cuenta.

- Mi señora, hemos sigo leales por más de cuatrocientos años. - dijo el jefe con rapidez.

- Y espero que sigan así o la confianza que puse en tu familia les costará caro. Tu hija me recuerda a ella... No me fallen.

- ¿Mi señora? - preguntó sorprendido.

- Soy tu benefactor, humano... Devolví la ayuda a la niña que ví en el bosque hace cuatrocientos años, pero puedo quitarla con la misma rapidez.

- No le fallaremos, mi señora... - dijo la mujer joven llevándola al exterior para ir a la casa de seguridad donde estaban los heridos.

- Aria... - murmuró bajo para el oído humano, pero no para su escolta en tanto caminaban por la calle de adoquines a la vista de varios pobladores a los que la curiosidad superaba su miedo - Mantén vigiladas las fronteras del pueblo, quiero al traidor muerto. Si le informa a su contacto que estuvimos aquí, será peligroso para la gente.

- ¿Sabe quien es, mi señora?

- Es un guardián. Solo ellos saben la ubicación del punto de encuentro de manera anticipada. Renard, investiga pagos o ingresos de dinero a sus cuentas, viajes o algo con lo que puedan controlarlos.

- Si, mi señora.

Los guardianes, eran humanos que apoyaban al Cuidador Diurno, que era generalmente el jefe de los pueblos que consideraban aliados para comerciar. Los guardianes eran tres, Saggio, el sabio (el que manejaba la información y el conocimiento), Mercante, el comerciante (encargado de la logística y la comercialización) y el sentinella, el vigilante (encargado de la protección y la vigilancia)

- ¿Puedo matarlos? - preguntó Aria y Alessia sonrió.

- Si confiesan, si... - le dijo - No podemos arriesgarnos a que informen nuestros movimientos.

Aria se inclinó respetuosa y saltó con un sólo movimiento hacia los techos. Alessia sonrió en tanto seguía caminando hacia la casa que parecía una tienda para turistas.

"Bien hecho, pensó. Siempre deben temernos. Si bajamos la guardia, moriremos"

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