Devon despertó con el cuerpo adolorido, como si hubiera luchado contra una tormenta interior durante horas. Le costó abrir los ojos. El sol se filtraba suavemente por las ventanas, acariciando los muebles con una calidez que contrastaba con la helada de la noche anterior. Cuando por fin giró el rostro, la vio.
Alina estaba dormida, sentada en el suelo junto a su cama, con la cabeza apoyada en el borde del colchón. Su expresión era tranquila, pero había rastros de cansancio bajo sus ojos. Se había quedado velándolo toda la noche.
La culpa lo azotó de inmediato. Estiró la mano con cuidado y le acarició el cabello. Suave, tibio. Alina abrió los ojos lentamente, sorprendida al encontrarse con los de Devon tan cerca. Ambos se quedaron en silencio unos segundos. Había una leve incomodidad entre ellos, un pudor nacido de la noche anterior.
—Lo de anoche... —empezó Devon con voz ronca— fue un accidente. Lo juro. No pasó nada entre Soriana y yo. Nada que importe.
Alina lo miró con una expresión serena, casi demasiado serena. Asintió. —Ya lo sé —dijo con voz suave pero firme—. Sé que no fue culpa tuya. Parecías poseído por alguna clase de veneno.
Devon parpadeó. Por un instante sintió alivio. Pero luego, para su sorpresa, también sintió algo más: decepción. ¿Por qué no se había enojado? ¿Por qué esa calma suya lo inquietaba tanto?
—De todas formas —agregó, sentándose con cuidado—, voy a investigar el asunto. Pero... te pido que no lo menciones a nadie. Involucra a mi madre pues ella preparó mi comida que fue lo último que tomé en el día y no quiero rumores que la lastimen.
Alina bajó la mirada. Entendía. Y no lo presionó.
—Sé que Soriana actuó mal al intentar… ya sabes… —continuó Devon, pasándose una mano por el cabello—, pero sus padres murieron protegiendo a los míos. Le prometimos a su madre, en sus últimos momentos, que cuidaríamos de ella. No puedo... hacerle daño. Entiendes ¿no?
Alina asintió, aunque no sabía exactamente cómo sentirse. ¿La estaba defendiendo? ¿Justificándola? ¿Acaso su corazón pertenecía aún a otra mujer y ella, su esposa, era solo una sombra conveniente?
Aunque no dijo nada, la incomodidad se instaló en su pecho. Recordar la escena de la noche anterior todavía le provocaba un leve estremecimiento. La forma en que él la había sujetado, la tensión en su cuerpo, la mirada cargada de deseo… y luego la repentina retirada, el hielo, el temblor, el silencio. Aún podía sentir las marcas de sus garras en la piel.
Devon se puso de pie lentamente. Ella se levantó también, y lo ayudó a vestirse con cuidado. Los movimientos eran corteses, pero había algo no dicho entre ellos, una corriente subterránea que ambos sentían pero ninguno se animaba a nombrar.
—Gracias por quedarte —dijo él antes de salir.
Alina se quedó mirándolo mientras se marchaba. No supo qué responder. Cuando la puerta se cerró tras él, algo dentro de ella se quedó en suspenso. Caminó lentamente hasta el ventanal, el sol ya había trepado al cielo. La mañana parecía tranquila, pero su alma no lo estaba.
Su doncella personal, Lira, entró con una bandeja de té. Alina la miró con una pregunta que llevaba días en su corazón, pero solo hoy se atrevía a pronunciarla.
—Lira... —dijo, sentándose en el diván—. ¿Qué se siente amar a alguien?
Lira la miró, sorprendida por la pregunta. Luego dejó la bandeja a un lado y se sentó frente a ella. Su rostro se tornó serio, nostálgico incluso.
—Amar... es sentir que el mundo se detiene cuando esa persona te mira —susurró—. Es que su dolor te duela más que el tuyo, que su felicidad sea tu mayor deseo. Es miedo, es ternura, es fuerza. Es cuando no necesitas decir nada, pero el corazón late como si gritara.
Alina se quedó callada. Sus dedos jugueteaban con la tela de su vestido. ¿Era eso lo que sentía por Devon? ¿Ese nudo en el estómago, ese deseo de verlo reír, esa angustia cada vez que lo veía con Soriana? ¿Esa necesidad de protegerlo incluso si él nunca la amaba?
—¿Y si amar a alguien duele más que cualquier herida? —preguntó finalmente.
—Entonces, mi señora... —respondió Lira con una pequeña sonrisa triste—. Es amor verdadero.
Alina sonrió apenas, pero sus ojos estaban empañados. Se levantó y fue hasta el espejo. Se miró largamente. Ya no era la misma princesa que partió de la manada Moonlight. Había crecido, cambiado. Se estaba convirtiendo en una mujer. Una mujer que amaba, aunque ese amor doliera en silencio.
Fuera de su habitación, el viento comenzaba a soplar con fuerza. El cambio se avecinaba. Y con él, decisiones que cambiarían sus vidas para siempre.